27.6.13

Breve disertación sobre las desfloraciones (Anne Carson)

No son tan numerosas las acciones en la vida. Entrar, salir, entrar secretamente, cruzar el puente de los suspiros. Cuando me deshonraste, supe que el deshonor es una acción. Pasó en Venecia, y hace que las cuerdas vocales se me hinchen. Anduve retumbando por Venecia, por arriba y abajo de los puentes, pero vos te habías ido. Luego, ese mismo día, llamé a tu hermano por teléfono. ¿Qué te pasa en la voz?, me preguntó.

24.6.13

Las frutas (Adam Wolniewicz)

A Nora

Al volver de la playa, cada tarde,
dejando atrás los médanos y el bosque,
mi prima y yo, los dos de trece años,
íbamos a comprar a lo del viejo
que no nos permitía tocar la fruta
para elegirla: arándanos e higos,
siempre, sin falta; un mango, algunas veces,
el más grande que hubiera, que pesábamos
con los ojos. Después llegar a casa,
con las ojotas en la mano, arena
seca en las pantorrillas, y sentarse
de inmediato a la mesa, demorando
la hora de la ducha. Los dos solos,
en platos de madera, con el hambre
y la avidez de la jornada al sol,
comíamos las frutas: con cuchillo
y tenedor, mi prima, que pelaba
concentrada los higos y extraía
casi intacta la carne empalagosa,
se llevaba a la boca los arándanos
pinchándolos de a uno, como arvejas.
Yo, en cambio, tras partir a la mitad
los higos, intentaba succionarles
la pulpa, pero siempre terminaba
por tragarme la cáscara también;
comía con las manos los arándanos,
de a puñados, manchándome la cara
y los dedos de rojo. Al terminar,
sin excepción, mi prima repetía
la misma ceremonia: se golpeaba
la panza con las manos, resoplando
satisfecha, y después ponía las piernas
sobre la mesa, piernas de animal
joven, que por su largo no guardaban
proporción con el resto de su cuerpo:
como un carozo el hueso del tobillo;
los pies angostos con los dedos flacos
y pálidas las plantas, en contraste
con lo bronceado de las pantorrillas;
el vello imperceptible de los muslos
que revelaba el sol– todo tenía
un brillo tan real bajo la luz
confiada de finales de la tarde
que un día, encandilado, alargué el brazo
y, como sin pensarlo, le rocé
con los dedos la planta de un pie: estaba
áspera por la sal y por la arena,
y fresca al tacto. Me miró: “Me vas
a hacer cosquillas”, dijo, pero no
sacó el pie, que tomé entre las dos manos,
y empecé a presionar con los pulgares.
Me pareció que ella entrecerraba
los ojos cuando yo, sin saber cómo,
le pasaba las yemas de los dedos
por el espacio entre los dedos de ella;
también me pareció que sonreía
antes de oír los pasos en la entrada.


20.6.13

Breve disertación sobre las esperanzas (Anne Carson)

Pronto espero vivir en una casa totalmente de goma. Imaginen qué rápido podría pasar de un cuarto a otro. Basta con rebotar y ya llegaste. Tengo un amigo al que en la guerra una bomba incendiaria le derritió las manos. Ahora, una vez más, aprenderá a pasar el pan a la hora de la cena. La vida es aprender. De hecho, espero invitarlo esta noche. Aprender es del mismo color que la vida. Él dice cosas parecidas.

17.6.13

Breve disertación sobre adónde viajar (Anne Carson)

Me fui de viaje a un lugar en ruinas. Había tres portones entreabiertos y un alambrado roto. No eran las ruinas de nada en particular. Allí llegó un lugar y se estrelló. Quedaron, luego de eso, las ruinas de un lugar. Y la luz se posaba sobre ellas.

13.6.13

Breve disertación sobre caminar para atrás (Anne Carson)

Mi madre nos prohibía caminar para atrás. Porque eso hacen los muertos, nos decía. ¿De dónde habrá sacado aquella idea? Tal vez de alguna mala traducción. Los muertos, finalmente, no caminan hacia atrás, sino más bien detrás de nosotros. Carecen de pulmones y no pueden llamarnos, pero amarían que nos diéramos vuelta. Muchos de ellos son víctimas del amor.

10.6.13

Breve disertación sobre las orquídeas (Anne Carson)

Vivimos construyendo túneles porque somos personas enterradas vivas. En mi opinión, los túneles que uno construye se parecen a orquídeas desarraigadas, extrañamente sin dirección. Pero el aroma es imperecedero. Un Niño se escapó de Amherst hace unos pocos Días, escribe Emily Dickinson en una carta de 1883, y cuando le preguntan dónde fue, responde: Asia o Vermont.

3.6.13

Algunas tardes no atiende el teléfono (Anne Carson)

Es febrero. Hay hielo en todas partes. Se perciben distintas gradaciones de hielo.
Sus colores  –azul blanco marrón grisnegro plata– varían.
Hay hielo que en el centro tiene pedazos de gravilla o sombras.
Hay hielo liso como una ladera, no te podés parar encima.
Al detenerse sobre él, el viento se adelgaza hasta hacerse jirones.
Lo único que queríamos, jirones.
Los chiquitos no pueden pararse encima de él.
Ni una letra, ni un trazo de una letra, puede pararse.
A ciegas –lo que a través del mundo surgió allí– arde.
Es febrero. Hay hielo en todas partes. Se perciben distintas gradaciones de hielo.