27.2.12

Traductor invitado

EZRA LOOMIS POUND TRADUCE A JOACHIM DU BELLAY


O thou newcomer who seek’st Rome in Rome
And find’st in Rome no thing thou canst call Roman;
Arches worn old and palaces made common
Rome’s name alone within these walls keeps home.

Behold how pride and ruin can befall
One who hath set the whole world ’neath her laws,
All-conquering, now conquered, because
She is Time’s prey, and Time conquereth all.

Rome that art Rome’s one sole last monument,
Rome that alone hast conquered Rome the town,
Tiber alone, transient and seaward bent,

Remains of Rome. O world, thou unconstant mime!
That which stands firm in thee Time batters down,
And that which fleeteth doth outrun swift Time.

23.2.12

Uno de José Watanabe

EL HARAGÁN



Inmóvil
el haragán mira la manzana que brilla
en la mesita de las flores.
La tarde
es diáfana y crea entre las cosas
una disposición
a avenirse.
Con el mundo así,
tan cordial, no es insensato
que él llame a la manzana y le ofrezca
su mano.
Juego inútil:
pronto el espacio
como el ánimo
se torna denso
y sobre las cosas cae
y se cierra
un alud de vidrio.
¿Cuándo era
que una fe esencial
traía las cosas
volando
hasta la mano?
El haragán sonríe,
quiso evitar
algunos movimientos vanos,
pero no:
tendrá que romper el mundo
para llegar
a la manzana.
Las cosas
demandan siempre
demasiado esfuerzo.

20.2.12

Todo se está tensando sobre su eje... (Robin Myers)

Todo se está tensando sobre su eje,
el denso mundo tira en direcciones imprevistas.
Los retoños de árboles se cimbran con el viento,
sacuden las raíces,
y luego vuelven a agacharse.
Los racimos de bayas y los limones cuelgan,
firmes y jóvenes, y aprenden
a convertirse en una carga, manchados por el agua
que hace que también
aprendan a cargar,
la extrañeza de hallarse suspendidos,
de llevar algo más que sus pequeños cuerpos
en el aire.
Todo se extiende, todo
soporta un peso. Los tallos de los tomates
sucumben ante el aspersor,
derribados por lo que los mantiene vivos.
Tu propia espalda, que no podés ver,
como el árbol no ve sus propias raíces,
se cansa de la gravedad,
la misma que tolera los tendones,
y deja que se asienten en la silla,
la segunda columna vertebral que te enseña sus fines.
Todo desea, todo se coloca
en posición de recibir.
En el jardín, se forman las hormigas
en el borde de un plato hondo, para beber.
Son bien visibles, pero tan pequeñas, que nunca nos ponemos
a buscarlas, y menos a imaginar que puedan tener sed,
y todavía menos que puedan saciarse.
Nada se sacia. Todo espera,
algunas cosas más pacientemente
que otras. En la calle, por ejemplo,
en el puesto de frutas que está abierto hasta tarde,
los melones están tan llenos como lunas,
las uvas resplandecen, las naranjas,
como si las hubieran detenido en su órbita,
siguen muy vivas, con las lamparitas
que las alumbran desde atrás,
mientras la oscuridad se cierne afuera.
Ellas tienen sus hábitos.
No son como las flores, que se cierran con el sol;
se aferran cada una a su color como si contuvieran el aliento,
Todas las cosas temen. Todo elige,
guarda, excluye, se aleja
del centro derretido.

*

Los cuerpos como el tuyo están
cambiando en todos lados la forma de las cosas,
torturan a alguien que no reconoce más
a sus hijas, extraen petróleo del océano
en tazas, les disparan a los barcos,
en la arena abren cráteres, dejan una infinita
estela rencorosa de bolsitas de plástico
que heredará la tierra, y llenan las noticias
de pronombres y fósforo blanco. Vos que quedás
al margen, como todo lo demás, que vivís
en un lugar igual de luminoso o condenado
que todos los demás, y con las piedras para demostrarlo,
caminás por la calle y te salpican
con barro el dobladillo del pantalón, y eso
es todo: estás lo suficientemente cerca del horror
para sentirte horrorizada, y eso
es todo, vos, tu piel permeable,
tu dieta de disgustos y, de vez en cuando,
un cigarrillo, y tu deseo:
vos hacés el amor últimamente
con mayor insistencia y más coraje,
el egoísmo es algo que tenés que aprender,
lo mismo que el coraje; vos cogés, entonces,
de manera egoísta, necesaria,
mientras el eje hace que sigas dando vueltas,
como sobre el espiedo de tu preferencia,
y, lejos, más allá de vos,
estallan unos fuegos artificiales, y se precipitan, luego,
cegados, a la tierra.
Los hicimos nosotros, por supuesto; por supuesto nosotros los hicimos
a nuestra semejanza, ruidosos y fervientes,
y empiezan a quejarse no bien la luz se va y se acaba la gloria,
y luego se repiten de inmediato.
Todas las cosas, todas las personas
son narcisistas amorosamente:
reclaman la importancia de los fuegos artificiales o del sexo,
y exigen que la misma
ventana los contenga con su marco.
Todo es inocente, todo está ofendido
por el silencio y por la dignidad de estar, una vez más,
desnudo, como carne palpitante
en sábanas raídas;
y luego la resignación de levantarse y de volver a incorporarse
al mundo vertical.

*

No vivís sola pero a veces estás sola.
Vivís cerca del centro.
Para llegar ahí, la gente espera
esos pequeños taxis blancos en la esquina.
En el camino, los olivos
no se tropiezan sobre sus laderas,
porque la tierra ha sido nivelada en terrazas
a fin de protegerlos y permitir que crezcan.
Los taxis son veloces,
Y los postes de luz, apenas sugerencias;
el viento es despiadado con tu pelo.
Nada es seguro, ¿pero
no hay otra cosa que te dé seguridad,
si no su misma falta? ¿La forma en que los taxis
esperan a llenarse con cuatro pasajeros
hasta que pesa en ellos
suficiente deseo de partir?
¿La forma en que el camino se va hundiendo en el valle,
así como las ruedas en la ruta,
y el viento canta por la ventanilla,
aun en días de calma? ¿O la certeza
que nos ofrecen dos puntos acá y allá,
una delgada línea sobre la que dan vueltas nuestros otros gestos,
regresemos o no?
¿Aquellas pérdidas elásticas y aquellos movimientos
que nos mantienen encerrados,
pero encerrados en el movimiento?
¿Que son las cosas que nos hacen libres?

16.2.12

Meditatio (Ezra Loomis Pound)

Cuando examino detenidamente las extrañas costumbres de los perros,
me veo forzado a concluir que el hombre
es un ser superior.

Cuando examino los extraños hábitos del hombre,
te confieso, amigo mío, que me quedo perplejo.

13.2.12

Este cuarto (John Ashbery)

El cuarto en el que entré era este mismo cuarto pero en sueños.
Seguramente, todos esos pies que había en el sillón eran los míos.
El retrato ovalado
de un perro era yo mismo a edad temprana.
Hay algo que reluce, y algo que se acalla.

Nos dieron macarrones de almorzar todos los días,
a excepción del domingo, que indujeron a una pequeña codorniz
a que se nos sirviera. ¿Para qué te estoy contando esto?
Vos ni siquiera estás acá.

9.2.12

Caminás por ahí (John Ashbery)

¿Qué nombre podría darte?
Ciertamente, no hay nombre que te quepa
de la misma manera en que les cuadran
sus nombres a los astros. Caminás por ahí,

objeto, para algunos, de curiosidad,
pero estás demasiado preocupado
por la mancha en el fondo de tu alma,
para decir gran cosa, o pasear por ahí

sonriéndote a vos mismo y a los otros.
Esto empieza a volverse un poco solitario,
pero a la vez un poco desalentador.
Es contraproducente, te das cuenta,
al ver una vez más que el camino más largo
es el más eficiente, ése que serpenteaba por las islas,
y que siempre creías recorrer en círculos.
Y ahora que el final se acerca,

el viaje y sus segmentos se abren como naranja desgajada.
Hay luz ahí, y misterio; y hay comida.
Vení a ver eso. No vengas por mí,
más bien vení por eso.
Pero si sigo ahí, permití que tal vez podamos vernos.

6.2.12

Uno de Daniel Saldaña París

LA PRIMERA PERSONA




La cita de Byron que me enviaste me deprimió mucho a las 7:55, una hora récord. Fue una de esas tristezas repentinas que me hacen planear el playlist de mi velorio. ¿A qué quieres jugar hoy: a los parámetros o a las categorías? Ambos tienen sus ventajas: el uno organiza provisionalmente nuestros afectos y el otro domestica las cosas del mundo. (Mi categoría favorita es “Objetos que empiezan por la letra M”.) Los parámetros, claro, y aunque no nos encante, son más lo nuestro: podemos hacerlos y deshacerlos y darles la vuelta en el mismo día: es un juego infinito que, en cierto sentido, diluye nuestro deseo.


Ayer, mientras cenábamos, se abrió una puerta a otra dimensión junto a nosotros. Te debo una categoría por cumplir los treinta años. Por dos mil pesos mensuales, ¿te cambiarías el nombre a “Personita”? Mensajearnos es una forma de hacer origami con el tedio. ¿Tú crees que existe un límite de tolerancia a la ambigüedad distinto para cada individuo? Si sí, el mío debe de estar a la vuelta de la esquina, y me da miedo que alcanzarlo signifique el derrumbe de todo esto.


Lo más cercano que conozco al mundo de la alquimia es el martini sucio. Tenemos una enfermedad que se llama criptomanía. Hay relaciones que se sostienen en una complicidad exclusivamente lingüística (cuando tienen problemas van al semiólogo). Entre las palabras que no sé si me gustan yo pondría crinolina. Hay otras relaciones basadas en la creación de rituales. El desmoronamiento de una personalidad deja la mesa llena de migas: si las reúnes y las amasas, puedes modelar fetiches. (Esta es la primera vez que, mientras escribo, aprendo algo sobre mí mismo.)

La Primera Persona tiene la secreta convicción de que las hormas para zapato son en realidad complejos aparatos de tortura. Tiene, como Constanza, una arraigada fascinación por los autómatas, aunque no es, ni remotamente, un erudito. Su concepción de la prosa es más bien burda: red que sirve para atrapar a las mariposas del sentido. La Primera Persona se refugia en una región paradisíaca de sí mismo cuando sospecha que afuera todo se está yendo a la chingada. Sus circundantes no lo advierten, excepto quizás en el hecho de que tiene blackouts ortográficos.

Decir de la Primera Persona que es un diletante sería un eufemismo: en realidad no hace nada. Pasa las tardes viendo pornografía o abandonando libros a media lectura. No llegaría al extremo de calificar de “culpables” a sus placeres, pero es justo decir que atenta contra sí mismo. La Primera Persona está henchido de posibilidades, como un globo de helio que puede perderse o quedar enganchado en las ramas de un árbol. Su aparato digestivo y su capacidad para olvidar son sistemas análogos.


Todas las decisiones que tomo son tajantes y algunas de ellas son hermosas como las lámparas de araña, y tienen mil cristales tornasoles y un juego complejísimo de luces. Todas son arbitrarias hasta cierto punto y resplandecen en el techo de mi cuarto cuando tardo un poco más en conciliar el sueño. Están como estrellitas fluorescentes, mis decisiones, y componen galaxias provisorias o se hacen las genuinas en mi cielorraso, que rota y se modifica con un vértigo discreto.

2.2.12

Un lugar distinto (Mark Strand)

Entro
en la luz
que hay

que no alcanza a cegarme
ni me permite ver con claridad
lo que ha de suceder

y sin embargo veo
el agua
el barco solo
el hombre ahí de pie

no es alguien que conozca

es un lugar distinto
la luz que hay se cierne
como una red
sobre la nada

lo que ha de suceder
ya ha sucedido antes
de esta misma manera

es el espejo
donde duerme el dolor
es el país
que no visita nadie.