5.12.11

Lejos del mar (Weldon Kees)

Para Ernest Brace

“Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas”. Apocalipsis 10:4

La balsa que instalamos, por debajo del agua, funcionó
de maravilla: al caminar con la túnica al viento, recortándose oscuro contra el cielo
parecía que las olas sin sustancia sostenían
sus pies esbeltos e inviolados. Las gaviotas rondaban,
zambulléndose, chillando en soledad; unos hilos de nubes andrajosas
pasaban sobre el sol como listones. Allí, en la orilla
la reacción de la gente fue instantánea. Me pareció que él
lo manejaba bien: la manera de andar, la inclinación de la cabeza, todo fue perfecto.
Largas franjas de luz encandilaban encima de las olas.
Y supimos entonces que el esfuerzo no había sido en vano:
tantos días cosiendo, haciendo ajustes, todos esos clavos,
los ensayos sin pausa, las deliberaciones sobre la ejecución.
Si querés un milagro, tenés que trabajar para obtenerlo,
trazar tus planes cuidadosamente y siempre estar un paso
delante de los otros. Denunciar un milagro
es un placer sublime; pero fabricar uno exige
tacto, imaginación, y un talento especial
que no cualquiera tiene. Un milagro, en efecto, da trabajo.
Y resulta que ahora nos vienen a decir
que lo que perseguíamos no eran milagros. ¿Pero qué más hay?
¿Qué otra esperanza hay en la vida, sino
la del milagro, la hábil ejecución paciente,
el trabajo en equipo, los esfuerzos y las preocupaciones
que presuponen todos los milagros?

Los visionarios que dan vueltas en la cama, atormentados hasta la obsesión
por cuestiones de mesianismo y escatología
son como la neblina que se levanta cuando cae la noche, y quizás, al final,
incluso menos. Los solemnes sobrenaturalistas, los creyentes devotos,
viven el éxtasis (tal como es), pero no
nuestro éxtasis. Fue nuestra obra. Y sin embargo, a veces,
cuando el torrente de aquel tiempo
vuelve a raudales, me sorprendo de nuestro coraje
y nuestra iniciativa. Era como si el mundo
fuera un pasillo oscuro, abandonado,
en donde hubiera filas de velas apagadas;
y nosotros, no tanto por amor, o esperanza, ni devoción siquiera,
sino por miedo de la muerte, trajimos nuestras lámparas
y miramos las velas encenderse una a una, llamas
contra la larga noche de nuestro miedo. Pensábamos
que nunca moriríamos. Ahora ya no estoy tan convencido:
el viajero que va por la llanura divisa las montañas
desde lejos; las pierde de vista al avanzar. Sigue un camino
que atraviesa los valles serpenteando; después, tras una súbita
bifurcación, las cumbres se levantan desnudas ante él: son algo diferente
de lo que había visto desde abajo. Ahora pienso en la balsa
(que para mí fue, de algún modo, el clímax de toda la experiencia)
y en las expectativas de aquel día, y también en la gruta
que llenamos de pan, las reuniones secretas
en las colinas y los falsos asesinos que contratamos para el último objetivo,
las curas orquestadas con cuidado, los funcionarios que hubo que sobornar,
las ropas de los ángeles, confeccionadas impecablemente,
los remedios que dimos detrás de aquella piedra,
y esa nube final, perfecta y oportuna.
De dónde habrá salido toda esa sangre nunca me enteré.

Los días van haciéndose más largos. Fue hace ya mucho tiempo.
Y he llegado a ese punto en la bifurcación de mi camino
en que las cumbres se hacen infinitas: tienen forma de cuernos, son escamosas y llenas de espinos.
Pero de todos modos, yo sé que la labor valió la pena.
Eso que provocamos nadie lo puede deshacer ahora.
La vida, por desgracia, no regala milagros, y necesita ayuda.
Nada va a ser igual que como era antes,
me repito: está oscuro aquí en la cumbre, y cada vez se vuelve más oscuro.
Creo que estoy teniendo algún tipo de éxtasis.
¿Era la luz del sol sobre las olas aquel día? Cae la noche.
Y ahora el agua parece muy lejana, irreal, y a lo mejor lo sea.

3 Comments:

Blogger Pablo Seguí said...

Excelente, Ezequiel. Y el español de estos versos, magnífico. Buena labor venís haciendo: congratulaciones, che.

4:28 p. m.  
Anonymous Ezequiel said...

¨La masa nevada de terrazas y torres,
Por la ciudad lejana de innumerables puentes,
Se copiaba en el agua áurea de las lagunas
Como..... sueño esculpido en luz gloriosa,
Y encima refulgía la corona del cielo.¨

8:51 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Estoy llorando... Gracias!!!
Profundamente S.

1:27 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home