12.9.11

XLV (Mark Strand)

Estoy seguro de que encontrarías brumoso este lugar,
y sus montones de chalets de piedra que habría que arreglar urgentemente.
Unos grupos de almas, enfundadas en túnicas, están sentadas en los campos,

o van por los caminos serpenteantes de tierra. Son amables
y ajenas a sus cuerpos que, silbando, atraviesa
el viento. No hace mucho,

me detuve a descansar en un lugar en que una bruma
especialmente espesa subía desde el río. Alguien
que había dicho conocerme de hace años

se acercó y me contó que en los alrededores
había muchos poetas que deseaban regresar a la vida.
Estaban listos para pronunciar las palabras que no habían podido decir,

palabras cuya ausencia había sido el silencio del amor,
del dolor, y del placer, incluso. Después se fue a reunir con un grupito,
que estaba junto a un fuego. Me pareció reconocer

algunas de las caras, pero a medida que me iba acercando escondían
sus rostros debajo de las alas. Yo giré la cabeza y miré en dirección a las colinas
que se alzaban sobre el río, donde la luz dorada del crepúsculo

y del amanecer son una misma luz, y vi algo que volaba
agitando las alas sin cesar. Y luego se detuvo, sostenido en el aire.
Era un ángel, y uno de los buenos, a punto de cantar.