11.4.11

Dinamita para las óperas (Weldon Kees)

Después de las alfombras rojas de los palacios,
y los techos de aquellos grandes hoteles, con su vista al mar,
al parecer estoy de vuelta en este cuarto conocido.
Me trajeron, tal vez. Cuando me fui, corría febrero.

Rozar la muerte es complicado cuando un papel secundario
en algún melodrama de la descomposición nos ofrece el momento
para esbozar una sonrisa excéntrica dentro de un camerino.
Nunca sonreí mucho acá. Colegas míos de lo sublime: ¡adiós!
Voy al encuentro de los papelitos de bienvenida que caen en una calle
que conozco muy bien. Alguien le dio cuerda al reloj
que hace tic tac como una bomba, y no tiene la culpa.

Volver a despertar con la certeza de que el tiempo
sigue su curso indefectiblemente, eso es lo que extrañaba,
o al menos parecieran decirlo las cortinas que se mecen al viento.
Ese vacío era más productivo que el vacío de ahora.
Mucho más productivo. Por eso me gustaba mucho menos.
Un paisaje de escarcha endurece la mente.