Uno de José Watanabe
EL HARAGÁN
Inmóvil
el haragán mira la manzana que brilla
en la mesita de las flores.
La tarde
es diáfana y crea entre las cosas
una disposición
a avenirse.
Con el mundo así,
tan cordial, no es insensato
que él llame a la manzana y le ofrezca
su mano.
Juego inútil:
pronto el espacio
como el ánimo
se torna denso
y sobre las cosas cae
y se cierra
un alud de vidrio.
¿Cuándo era
que una fe esencial
traía las cosas
volando
hasta la mano?
El haragán sonríe,
quiso evitar
algunos movimientos vanos,
pero no:
tendrá que romper el mundo
para llegar
a la manzana.
Las cosas
demandan siempre
demasiado esfuerzo.
Inmóvil
el haragán mira la manzana que brilla
en la mesita de las flores.
La tarde
es diáfana y crea entre las cosas
una disposición
a avenirse.
Con el mundo así,
tan cordial, no es insensato
que él llame a la manzana y le ofrezca
su mano.
Juego inútil:
pronto el espacio
como el ánimo
se torna denso
y sobre las cosas cae
y se cierra
un alud de vidrio.
¿Cuándo era
que una fe esencial
traía las cosas
volando
hasta la mano?
El haragán sonríe,
quiso evitar
algunos movimientos vanos,
pero no:
tendrá que romper el mundo
para llegar
a la manzana.
Las cosas
demandan siempre
demasiado esfuerzo.
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Las cosas demandan siempre demasiado esfuerzo.
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