22.8.11

XVI (Mark Strand)

Es cierto, como dijo alguien, que en
un mundo sin cielo todo es despedida.
Sin importar si vos saludás con la mano,

aun así es despedida, y si no brotan lágrimas de tus ojos,
es despedida igual, y si fingís no haberte dado cuenta,
odiando lo que pasa, también es despedida.

Es despedida de una forma u otra. Y las palmeras que se inclinan
sobre la laguna, verde y radiante, y los pelícanos
que se zambullen, y los cuerpos brillosos de los bañistas que descansan,

son etapas de una quietud final, y el movimiento
de la arena y del viento, y las secretas contorsiones del cuerpo,
son parte de lo mismo, una simplicidad que hace del ser

una ocasión para el lamento, o una ocasión
digna de celebrarse, ¿o si no qué otra cosa puede hacer uno
al percibir el peso de las alas de los pelícanos,

la densidad de las sombras de las palmeras y las células
que oscurecen la espalda de los bañistas? Estas cosas van más allá
de lo azaroso, con sus distorsiones, y de las evasiones de la música. El final

vuelve a representarse una y otra vez. Y lo sentimos
en las tentaciones del sueño, en la maduración de la luna,
en el vino y en su espera en la copa.