29.10.12

No hay viento en Oslo (Mark Strand)

“Mi querida”, le dijo el viajero a la muchacha, “la vida me ha tratado con dureza: emprendí un viaje al norte, en busca del famoso perro pigmeo de Alaska, pero nunca lo encontré; fui al sur, tras el rinoceronte verdiazul africano, el de la larga cola, y volví a fracasar. Inconsolable, me entregué a la lúgubre gloria de los grandes poemas, y aquí me ves ahora, en el rincón más ventoso de la ciudad del viento”. “Vaya a Oslo”, le dijo la muchacha, “allá no sopla el viento”.

25.10.12

La impureza del placer (Mark Strand)

No muy lejos de acá había una fiesta, en la que un gordo comenzó a dar saltos. “Soy un gordo”, anunció, “y salto cada vez que puedo. Oír el tintinear de las monedas que llevo en los bolsillos, junto con el elástico rebote de mi cuerpo, es un placer sublime”. “Ya veo”, dijo un invitado, “pero tanto rebote y tintineo ha de serle gravoso”. “Los gravámenes a mí no me preocupan”, dijo el gordo, pasándose las manos por su oronda figura. “Soy demasiado grande para eso”. “¿Y qué va a hacer al terminar la fiesta?”, preguntó el invitado. “Montado en mi corcel”, dijo el gordo en respuesta, “partiré a los confines del imperio, y pasaré revista a mis acciones; y, por supuesto que algo comeré. Yo siempre como algo”.

22.10.12

Una ecuación cuadrática (Robert Bringhurst)

La voz: el diente de la respiración.
El pensamiento: el hueso del cerebro.
El canto de los pájaros: una extensión
del pico. El lenguaje:
las astas de la mente.

18.10.12

Ensayo sobre Adán (Robert Bringhurst)

Hay cinco posibilidades. Uno: Adán se cayó.
Dos: lo empujaron. Tres: saltó. Cuatro:
apenas con mirar el precipicio se sumió en el silencio.
Cinco: a Adán no le pasó nada digno de nota.

La primera, que se cayó, es por demás simplista. La cuarta,
el miedo, la hemos descartado tras someterla a examen. Y la quinta,
que no le pasó nada, es aburrida. Nos queda decidir entonces
si saltó o lo empujaron. Pero la diferencia entre estas dos hipótesis

depende sólo de si los demonios
actúan desde adentro hacia afuera o de afuera
hacia adentro: la única
pregunta teológica.

15.10.12

Parábola del pensador (Robert Bringhurst)

Amor, en los brillantes
espejos de tus ojos,
a oscuras, lo volví
a ver: ahí vi al pájaro anguloso
que se alimenta de tu dicha,
igual que se alimenta en las montañas
del dolor del pensador.

11.10.12

Uno de Javier Peñalosa

LA GRULLA



Nunca había visto una tan cerca.
Cuando la encontré escondida en el bote,
a la orilla del agua,
todavía sus ojos iban de un lado hacia el otro,
como si mirar fuera una forma de moverse,
de salir de ahí.
Tenía las alas rotas, y su largo cuello,
elegante como los juncos,
sólo insinuaba algunas plumas y estaba cubierto de lodo.
Las hormigas ácidas, rojas, comían de la carne abierta,
de la sangre de ave que manaba del costado.

Me quedé mirándola sin atreverme a tocarla:
yo no sabía de la lentitud agónica,
de esa forma de estremecerse más allá del dolor.

La grulla respiraba con dificultad
cuando el mango del remo que yo empuñaba
rompió su cráneo.

No hizo ningún sonido, no graznó,
pero con un reflejo, que no venía del lado de la vida,
alcanzó a mover esa pierna de carrizos
un par de veces.

Yo sentí una columna de frío subir despacio hasta mi nuca,
mis manos temblaron porque no sabían llorar,
y en mi alma, la misericordia
tuvo por primera vez el rostro de la vergüenza.

Pero en la majestad de ese cuerpo humillado por las fracturas,
en ese desprendimiento del alma del pájaro,
se fue algo mío también, frágil y moribundo.
Han pasado muchos años desde entonces y, a veces,
en las tardes, miro a esa grulla volver dentro de mí
sobre el cielo abierto de mi juventud,
volando apenas, con tumbos, cada vez más cerca del suelo.
Yo sé que está muy cansada,
como están cansadas las cosas que se repiten;
la canción monótona de los grillos,
lo que está detrás de las ventanas,
o el peso constante de la culpa.

Por eso estoy esperando a que caiga,
para acercarme otra vez con el remo entre las manos.

8.10.12

Futilidad en Key West (Mark Strand)

Estaba recostado en el sillón, a punto de dormirme, cuando me imaginé de pronto un muñequito dormido en un sillón igual al de mi casa. “Despertate, hombrecito, despertate”, grité. “La que vos esperás ahora está surgiendo del océano, ataviada de espuma, y enseguida va a estar en tierra firme. Debajo de sus pies el jardín melancólico brillará de verdor, y soplará una brisa suave como el aliento de un bebé. Despertate, antes de que este ser de las profundidades desaparezca y todo quede en blanco, como el sueño”. Con qué fuerza intenté despertar al hombrecito, con qué fuerza dormía. Y aquella que surgió desde el océano, pasado su momento, qué fuerza cobró ahora: qué fuerza en esos ojos incendiarios, ese pelo incendiario.

4.10.12

Traductor invitado

MARK STRAND TRADUCE A RAFAEL ALBERTI

If my voice dies on land,
take it down to the sea
and leave it on the shore.

Take it down to the sea
and make it captain
of a white man-of-war.

Honor it with
a sailor’s medal:
over its heart an anchor,
and on the anchor a star,
and on the star the wind,
and on the wind a sail!

1.10.12

Traductor invitado

RHINA P. ESPAILLAT TRADUCE A PEDRO POITEVIN 



THE VILLAIN'S VILLANELLE 

In every villanelle a villain thrives
who says and says the same thing endlessly,
but when you look away, there are his knives.

You sprint to find the point, but he contrives—
just then!—to make you vanish, one-two-three.
In every villanelle, a villain thrives.

With good advice, like Cyrano, he strives
to “help” (but it’s not love, it’s trickery),
and when you look away, there are his knives.

You rally, though, and faint ambition drives
you to affirm the lie you’ve caused to be:
in every villanelle a villain thrives

who winks into the mirror, who connives
with you, dear reader, courting what you see,
and when you—Look! That way, there are his knives!

But you’re no good at lies: the truth revives,
and you’re left raving without remedy.
In every villanelle a villain thrives.
And when you look away, there are his knives.