30.6.09

El adiós (Guillaume Apollinaire)

Esta brizna de brezo he recogido.
El otoño está muerto. No lo olvides.
No nos veremos más sobre la Tierra,
brizna de brezo, aroma de los tiempos.
Y no te olvides de que yo te espero.

24.6.09

La acacia rosada (William Carlos Williams)

Soy persistente, igual que la acacia rosada,
una vez que la dejan
entrar en el jardín
es muy difícil deshacerse de ella.
Si se la arranca de la tierra,
y queda una raíz
por mínima que sea,
vuelve a brotar.
Pensarme
en esos términos resulta
halagador. Y también es
risible.
Es una flor modesta,
parecida a la arvejilla de olor,
que no se puede menos
que admirar,
hasta que sus costumbres
se vuelven conocidas.
¿No somos todos
un poquito así? Sería
demasiado
si la gente
se entrometiera en las minucias de
nuestra vida privada.
No es
que tengamos nada que ocultar,
¿pero podrían ellos
soportarlo? Por supuesto,
le gustaría al mundo
presenciar
cómo hacemos el ridículo.
La pregunta es
si ellos
serían generosos con nosotros
como nosotros hemos sido antes
con otra gente. Es,
como venía diciendo,
una flor
increíblemente resistente
cuando se la combate.
De ignorársela,
se convierte en un árbol.
Ojalá yo pudiera pensar eso de mí
y de lo que después
ocurrirá conmigo.
El poeta,
¿qué piensa de sí mismo
cuando se enfrenta con su mundo?
No basta con decir,
como acostumbra:
"Nada importante", puesto que el poema
se vería con eso traicionado.
Podría responder
aquello de “una rosa es una rosa
es una rosa”, y concluir con eso.
Es verdad que una rosa es una rosa,
y el poema se iguala con la rosa,
si es que está bien hecho.
El poeta no puede
hablar mal de sí mismo
sin hablar a la vez mal
del poema,
lo cual sería
ridículo.
No hay mayor recompensa
en esta vida.
Y así, como esta flor,
persisto,
por si acaso obtengo algo con ello.
Yo no soy,
ya lo sé,
en la galaxia de los poetas
una rosa,
pero quién me podría
negar
mi lugarcito.

18.6.09

Treno (Ezra Loomis Pound)

Ya no tendremos más los suspiritos.
Ya no tendremos vientos que nos turben a la hora del crepúsculo.

¡Ved la belleza muerta!

Ya no tendremos más esos ardores.
Ya no tendremos el batir de alas
que en el aire zumbaban encima de nosotros.

¡Ved la belleza muerta!

Ya no tendremos el deseo que me flagelaba.
Ya no tendremos más el estremecimiento
al juntar nuestras manos.

¡Ved la belleza muerta!

Ya no tendremos más el vino de los labios,
ya no tendremos el conocimiento.

¡Ved la belleza muerta!

Ya no tendremos más aquel torrente,
Ya no tendremos el lugar de encuentro
(¡Ved la belleza muerta!)
Tintagel.

6.6.09

Desdicha y esplendor (Robert Hass)

Convocados conscientemente a la memoria,
ella estaría sonriendo, podrían estar charlando
en la cocina, antes o después
de comer. Pero están en otra habitación,
que tiene una ventana de vidrios repartidos, y están en un sillón,
abrazándose. Él la abraza lo más fuerte
que puede. Ella se hunde en su cuerpo. Es de día,
de mañana o de tarde, y por la habitación
fluye la luz. Afuera, lentamente la noche sigue al día
y a éste otra vez la noche. El proceso comienza dando tumbos
y luego se acelera: semanas, meses, años.
Pero en la habitación la luz no cambia, de modo que es muy claro
lo que está sucediendo: intentan convertirse
en un único ser, y algo se les opone. Se tratan con dulzura,
temiendo que su llanto, entrecortado y fuerte,
los reconcilie con el momento en que vuelvan a caer.
De modo que se frotan entre sí, tienen la boca seca, luego húmeda,
después seca de nuevo. Se sienten en el centro de una voluntad
desconcertante y poderosa. Sienten
casi como si fueran animales,
abandonados en la costa de algún mundo, o arrojados
contra la puerta de un jardín, del que no admitirían
que nunca lograrán que los admitan.