31.10.11

Mañana (Giuseppe Ungaretti)

Me alumbro
con lo inmenso.

27.10.11

Traductor invitado

PEDRO POITEVIN TRADUCE A EDNA ST. VINCENT MILLAY

He de olvidarte ahora, mi querido,
así que goza ya de tu jornada,
tu diminuto mes, tu temporada,
pues vienen lejanía, muerte, olvido.
De pronto, para siempre, terminamos,
he de olvidarte ahora, como he dicho,
y si mientes dulzura por capricho,
protestaré con votos que juramos.
Que no fuese la fe tan delicada,
que nuestros votos fuesen cual de santos,
mas no es así, y Natura, sin quebrantos,
consigue perdurar como si nada.
Que acabe esto en tristeza o alegría
es nimiedad, según la biología.

24.10.11

De marzo del 79 (Tomas Tranströmer)

Cansado ya de todos los que vienen con palabras, palabras sin lenguaje,
fui a la isla cubierta por la nieve.
Lo salvaje carece de palabras.
Las páginas no escritas se despliegan en todas direcciones.
En la nieve, me encuentro con las huellas de pezuñas de un corzo.
Lenguaje, pero sin palabras.

20.10.11

Arcos románicos (Tomas Tranströmer)

Adentro de la enorme basílica románica,
turistas apiñados en la semipenumbra.
Una bóveda abierta tras de otra,
sin visión de conjunto. Algunas velas
parpadearon. Un ángel sin cara me abrazó
y dijo en un susurro que atravesó todo mi cuerpo:
“¡No te avergüences de que sos humano, llevalo con orgullo!
Adentro tuyo se abre bóveda tras bóveda, infinitamente.
Nunca terminarás, y así tiene que ser”.
Me cegaron las lágrimas,
y me sacaron a los empujones a la
piazza
inundada de sol, junto con Mr. y con Mrs. Jones,
con el señor Tanaka y la Signora Sabatini,
y también adentro de ellos se abría bóveda tras bóveda infinitamente.

17.10.11

Tras la muerte de alguien (Tomas Tranströmer)

Hubo una conmoción,
que dejó tras de sí una larga, pálida, resplandeciente cola de cometa.
Nos envuelve. Provoca que la imagen de la televisión se vea borrosa.
Se posa como gotas frías sobre el cableado aéreo.

Todavía se puede caminar arrastrando los esquíes bajo el sol del invierno,
entre arboledas donde todavía cuelgan hojas del año que pasó.
Parecen hojas arrancadas de una guía telefónica vieja,
los nombres de los abonados tragados por el frío.

Todavía es hermoso sentir el propio corazón latir.
Pero a veces la sombra se siente más real que el cuerpo.
El samurai se ve insignificante al lado
de su armadura negra de escamas de dragón.

13.10.11

Madrigal (Tomas Tranströmer)

Heredé un bosque oscuro al que rara vez voy. Pero llegará un día en que los muertos y los vivos cambiarán su lugar. Entonces se pondrá en movimiento el bosque. No carecemos de esperanza. Los delitos más graves siguen sin resolverse, amén de los esfuerzos de muchos policías. De la misma manera, hay en algún lugar de nuestras vidas un amor no resuelto. Heredé un bosque oscuro, pero hoy ando por otro, luminoso. Todo lo que está vivo canta, repta, se sacude y se arrastra. Es primavera. El aire está muy fuerte. Me dieron el diploma de la universidad del olvido y estoy con las manos vacías igual que una camisa colgada en una soga.

10.10.11

Epílogo (Robert Lowell)

Benditas estructuras, la rima, el argumento,
¿por qué no me son útiles ahora
que quiero construir algo
con la imaginación y no con la memoria?
Escucho el ruido de mi propia voz:
la vista del pintor no es una lente,
y se estremece para acariciar la luz.
A veces, sin embargo, lo que escribo
con el raído arte de mi ojo
parece una instantánea,
morbosa, chabacana, agrupada, veloz,
ampliada de la vida,
aunque paralizada por los hechos.
Es una unión equivocada, todo.
¿Y por qué no decir lo que ha ocurrido?
Recemos por la gracia de aquella exactitud
que a la iluminación del sol le dio Vermeer,
haciéndola avanzar cual marea en un mapa,
sobre esa chica rígida a causa del anhelo.
No somos más que hechos pasajeros,
y eso mismo nos insta a darle a cada
figura de la foto un nombre vivo.

6.10.11

Que las cosas mantengan su entereza (Mark Strand)

En un campo,
yo soy la ausencia
de ese campo.
Eso se cumple siempre:
donde quiera que esté
soy lo que falta.

A mi paso,
el aire se separa
y siempre vuelve a unirse
llenando los espacios
donde estuvo mi cuerpo.

Todos tienen razones
para moverse,
yo me muevo para
que las cosas mantengan su entereza.

3.10.11

El tiempo por venir (Mark Strand)

I

Nadie lo ve ocurrir, pero la arquitectura de nuestro tiempo está
pasando a ser la arquitectura del tiempo por venir. Y el brillo

deslumbrante de la luz sobre las aguas es poca cosa al lado de los cambios
que allí se han operado, como nuestros caprichos no significan

nada frente al impulso sostenido de las cosas por trasponer sus límites.
Nadie es capaz de detener el flujo, pero nadie tampoco es capaz de iniciarlo.

El tiempo huye; nuestras aflicciones no se transforman en poemas,
y lo invisible permanece así. El deseo ha escapado,

dejando sólo un rastro de perfume tras de sí,
tanta gente que amábamos se ha ido,

y no hay voces que lleguen del espacio exterior, de los pliegues
del polvo y las alfombras del viento para anunciarnos que

así se suponía que ocurriera, que si sólo supiésemos
cuánto perdurarían las ruinas no osaríamos quejarnos.


II

La perfección es impensable para la gente que es como nosotros,
así que, ¿con qué fin darle tan duro al viejo yo, cuando el paisaje

nos ha abierto los brazos y ofrecido santuarios maravillosos para congregarnos
en tropel? Los moteles buenísimos del oeste nos esperan,

en el jardín de alguien un perro inmaculado alberga la esperanza de que pasemos
con el auto, y los que flotan en el lago, que parece de goma, nos van a saludar

con la mano. Puesto que la autopista llega hasta nuestra puerta, vayámonos
antes que el mundo de ahí afuera se queme y se consuma. La vida debería

ser algo más que el peso del cuerpo que se arrastra de una habitación a otra.
Nos va a hacer bien desviarnos por el bosque, también dar una vuelta

por las granjas. Sólo pensá en los pollos pavoneándose,
en las vacas meciendo sus ubres y espantando las moscas con la cola.

Y uno podría imaginarse prismas de la luz del verano haciéndose pedazos
contra el callado sueño encandilado del granjero y su esposa.

III

La historia podría haber sido distinta, lo que se suponía que iba a suceder
en vez de lo que sucedió. Vivir así,

con la esperanza de poder revisar lo que resultó falso o se volvió ilegible,
no era lo que queríamos. Creer que la historia que buscábamos

habría sido como un día en el oeste, en el que todo
está incansablemente presente –las montañas que proyectan su larga sombra

sobre el valle donde el viento canta su canción circular
y responden los árboles con un seco batir de hojas– fue demasiado

ingenuo, es indudable, y poco previsor. Porque pronto las hojas,
luego de ennegrecerse, se caerían, y la nieve que anula

posaría su almohada encima del camino, y nosotros, con palas en las manos,
habríamos de encontrarnos, inclinarnos y limpiar la vereda. ¿Qué más

nos quedaría a esta altura del día sino el deseo de reparar el daño
y comenzar de nuevo, la compasión del sol mientras desaparece?