29.12.11

Traductor invitado

JOSÉ EMILIO PACHECO TRADUCE A DYLAN THOMAS



No entres con calma en esa noche errante.
La vejez debe arder en el ocaso:
lucha contra la luz agonizante.

Si los sabios aceptan lo humillante,
sus palabras no doman el chispazo.
No entres con calma en esa noche errante.

Los buenos, tras la ola deslumbrante,
evocan su pasado ante el mar raso:
lucha contra la luz agonizante.

Los audaces aceptan el diamante
del sol, aunque su canto sea un fracaso:
no entres con calma en esa noche errante.

Los más serenos, en la luz distante,
ven, sin embargo, de la sombra el trazo:
lucha contra la luz agonizante.

Padre mío, a la altura del fracaso,
dame tu bendición, maldice acaso.
No entres con calma en esa noche errante:
lucha contra la luz agonizante.

26.12.11

Traductor invitado

ÓSCAR DE PABLO TRADUCE A DYLAN THOMAS



En vez de ir manso hacia la noche fría,
la edad de viejo debe hacerle frente;
rabia, sí, rabia ante el morir del día.

Si el sabio reconoce la sombría
extinción de su flama, se resiente
en vez de ir manso haca la noche fría.

Siente el justo al juzgar su biografía
un brillante pasado del presente,
rabia, sí, rabia ante el morir del día.

Cantaba el indio al sol cuando éste huía
y, aunque tarde, lo llora cuando ausente,
en vez de ir manso hacia la noche fría.

Con su luz que a cualquiera cegaría,
no atempera en el sabio ponente
rabia, sí, rabia ante el morir del día.

Ahora, al término, padre, de tu vía,
déjame lágrimas de furia ardiente.
En vez de ir manso hacia la noche fría,
rabia, sí, rabia ante el morir del día.

22.12.11

Traductor invitado

RODOLFO WILCOCK TRADUCE A T. S. ELIOT

CANTO DE AMOR DE J. ALFRED PRUFROCK


S'io credessi che mia risposta fosse
a persona che mai tornasse al mondo,
questa fiamma staria senza più scosse.
Ma per ciò che giammai di questo fondo
non tornò vivo alcun, s'i'odo il vero,
senza tema d'infamia ti rispondo.




Vayámonos entonces, tú a mi lado,
cuando todo el ocaso se esparce sobre el cielo
como un paciente anestesiado
tendido en un estrado;
vayamos pues, por ciertas
calles semidesiertas,
murmurantes asilos
de noches en hoteles baratos e intranquilos,
y fondas de aserrín y ostras abiertas;
por calles que se alargan como un tema aburrido,
de insidioso sentido,
para llegar a una pregunta abrumadora...
Oh, no me preguntéis: ¿Cuál es?, ahora;
vayamos a cumplir nuestra visita.

Las mujeres atraviesan el salón
y hablan de Miguel Ángel, el pintor.

La neblina amarilla que se frota los hombros sobre los ventanales,
la humareda amarilla que se frota el hocico sobre los ventanales,
ya lamió con su lengua los huecos de la tarde;
se detuvo en los charcos de algunos albañales,
recibió en sus espaldas hollín de los hogares,
resbaló a la terraza, dio un salto repentino,
y advirtiendo el encanto de octubre vespertino
se ha enroscado a la casa, y se ha dormido.

Y habrá tiempo, en verdad, para la niebla
amarilla que vaga por las calles
frotando sus espaldas contra los ventanales;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar un rostro para afrontar los rostros que veremos;
y tiempo para el crimen, para la creación,
para todas las obras y días de las manos
que levantan y sueltan sobre nuestros pocillos su vana inquisición;
hay tiempo para mí, y hay tiempo para ti,
y hay tiempo para cien indecisiones,
y para cien visiones, y nuevas revisiones,
antes de las tostadas y del té.

Las mujeres atraviesan el salón
y hablan de Miguel Ángel, el pintor.

En verdad, habrá tiempo
para pensar: ¿Me atrevo?; para decir: ¿Me atrevo?,
y bajar la escalera, y alejarme de nuevo
con mi calva incipiente escondida entre el pelo...
(Y dirán: Me he fijado que está perdiendo el pelo).
Con mi saco de sport, y mi cuello que asciende derecho hasta mi barba,
mi corbata modesta y lujosa, asegurada con un simple alfiler...
(Y dirán: Me he fijado
que está mucho más delgado).
Y quisiera saber
si yo me atrevo a perturbar el mundo.
Porque hay tiempo en un instante para hacer y deshacer
cien proyectos revocados en el próximo segundo.

Porque ya las sé todas, ya me son conocidas
conozco las mañanas, las tardes, los ocasos;
con cucharas de postre yo he medido mi vida;
sé las voces que mueren en un acorde lento
debajo de la música de un lejano aposento.
¿Qué puedo entonces presumir?

Y también ya conozco los ojos, ya los sé...
Los ojos que os retienen en un lugar común;
y ya inmovilizado, fijo en un alfiler,
cuando estoy debatiéndome, pinchado en la pared,
¿cómo podría proceder
a eyacular los restos de mi vida y mi ser?
¿Y qué podría pretender?

Y conozco los brazos, todos, uno por uno...
Los brazos enjoyados, y blancos, y desnudos
(pero a la luz cubiertos de un suave pelo rubio).
¿Es el perfume de un vestido
que me ha de pronto distraído?
Brazos sobre una mesa, o envueltos en un chal.
¿Y cómo, entonces, simular?
¿Por dónde habría de empezar?

...............................................................................
¿Diré que algunas tardes me alejé por las calles
estrechas, y que he visto el humo de las pipas
de aquellos solitarios en mangas de camisa,
que a las ventanas se asomaban...?
Yo debí ser un par de garras desiguales,
arañando los pisos de silenciosos mares.

...............................................................................
¡Y la tarde, el crepúsculo, duerme tan dulcemente!
Por largos dedos acariciado,
cansado... adormecido... o caprichosamente
extendido en el suelo, a tu lado, a mi lado.
Después de los helados, de las masas y el té,
¡cómo obligar la crisis de este instante podré!
Y aunque yo haya llorado, rezado, y ayunado,
aunque vi mi cabeza (un poco calva) servida en una fuente,
yo no soy un profeta... y me es indiferente;
yo vi cómo el instante de mi gloria caía,
vi el eterno lacayo sosteniendo mi saco, vi que se sonreía,
y en verdad, me asusté.

¿Y valdría la pena, quizás, después de todo,
después del té, y las tazas, y después de los dulces,
entre las porcelanas, en medio de una charla a nuestro modo,
sería en realidad tan preferible
atacar el asunto mediante una sonrisa,
juntar en una bola, de pronto, el universo
y arrojarla hacia alguna pregunta irresistible,
y decir: Yo soy Lázaro, vengo de entre los muertos,
vengo a contaros todo, os diré todo...
si alguna, acomodando su cojín
debajo de la nuca, con un gesto
me dijera: No es nada, nada de esto,
esto no es lo que quise dar a entender, en fin.

¿Y valdría la pena, quizás, después de todo,
nos serviría de consuelo
después de los crepúsculos, después de las entradas
y las calles mojadas
después de las novelas y las tazas de té, después de las polleras que arrastran por el suelo...
y todo esto, y lo demás...?
Pero es tan inefable lo que quiero expresar;
como si proyectaran con la linterna mágica
los nervios dibujados sobre la blanca escena:
¿y valdría la pena,
si alguna, despojándose de su chal con un gesto,
o acomodando algún cojín,
me dijera de pronto, mirando la ventana:
No es nada, nada de esto
esto no es lo que quise dar a entender, en fin.

...............................................................................
No, yo no soy el príncipe Hamlet, ni puedo serlo;
soy un señor del séquito, alguien que sirve apenas
para expresar la acción, y abrir ciertas escenas,
o aconsejar al príncipe; un fácil instrumento,
obsequioso, sin duda, y en su oficio contento,
cauto, prudente, y muy meticuloso;
lleno de altas palabras, pero un poco embotado;
a veces, casi, desairado...
y casi, a veces, el Gracioso.

Envejezco... envejezco sin remisión...
Me enrollaré los bajos del pantalón.

¿Detrás de la cabeza debo hacerme la raya?

¿Podré comer duraznos? Usaré pantalones
de franela amarilla, pasearé por la playa.
Yo escuché las sirenas, y sus mutuas canciones.

No creo que quisieran cantarlas para mí.

Yo las vi cabalgando las olas mar afuera,
y peinando a la espuma su blanca cabellera,
cuando impulsan los vientos el agua blanca y negra.

En las habitaciones del mar nos detuvimos
entre ninfas orladas con algas y racimos;
pero una voz humana nos llama, y nos hundimos.

19.12.11

La laguna (Louise Glück)

La noche cubre la laguna con su ala.
Debajo de la luna anillada, mientras nadás, distingo
tu cara entre los peces
y las estrellas con su eco mínimo. En el aire nocturno
la superficie de la laguna es metálica.

Adentro, vos estás con los ojos abiertos.
Ellos guardan recuerdos que reconozco, como
si hubiéramos tenido una infancia en común.
Nuestros ponis pastaban en el monte, eran grises
con manchas blancas. Ahora pastan
con los muertos, que esperan
como niños, debajo de sus petos de granito,
lúcidos e indefensos:

están lejos los montes, y se elevan
más negros que la infancia.
¿En qué estarás pensando, ahí acostado
junto al agua, en silencio? Cuando te veo así
quiero tocarte, pero no lo hago: como si en otra vida
hubiéramos tenido los dos la misma sangre.

15.12.11

Traductor invitado

JORDI DOCE TRADUCE A GEOFFREY HILL

Génesis

I
Contra el aire fornido afiancé el paso
gritando los milagros del Señor.

Y lo primero fue obligar al mar
a sostener el peso de la tierra;
y al oír mi plegaria, las olas florecieron,
los ríos desovaron sus arenas.

Y en los ríos colmados y salinos
el duro y obstinado salmón se desveló
por alcanzar los montes apacibles
venciendo la corriente y el golpe de las aguas.

II
En el segundo día me levanté y miré
al águila abatirse con garras extendidas,
salpicando de plumas sangrientas la ribera
hasta dejar desnudo el tendón palpitante.

Y al tercer día proclamé: "Temed
la suave voz de la lechuza, la mueca del hurón,
el arco intencionado del halcón en el aire,
y el frío de sus ojos y el metal de sus cuerpos,
para siempre entregados a la presa".


III
Y al cuarto día, renuncié
a esta feroz e impenitente arcilla,
al tiempo que erigía el Leviatán acuoso
como un inmenso mito para el hombre,

y al albatros, de largas alas, le hice
blanquear la ceniza de los mares
donde se cruzan Cero y Capricornio,
una inmortalidad meditabunda
como la que posee el hechizado fénix
en el árbol inmarchitable.

IV
El fénix arde, frío como la escarcha;
semejante a un espectro legendario,
el pájaro-fantasma escapa y se extravía,
volteado sobre un mar anodino.

Así, en el quinto día retorné
a la carne y la sangre y al dolor de la sangre.

V
Y al sexto día, mientras cabalgaba
impaciente entre las obras de Dios,
con espuelas saqué la sangre del caballo.

Por la sangre vivimos, la fría, la caliente,
para asolar y redimir al mundo:
no hay mito que sin sangre se mantenga.
Por la sangre de Cristo se liberan los hombres
aunque sus cuerpos yazcan en sudarios
bajo el pellejo áspero del mar;

aunque la tierra envuelva en sus entrañas
los huesos incapaces de soportar la luz.

12.12.11

Oh papá (Anne Carson)

Un pajarito rojo cantaba en un peral muerto tres notas. Yo me puse a imitarlo con mi voz. El pájaro agregó una floritura (de cuatro notas) e intenté seguirlo. El pájaro afinaba. Yo no. Los dos nos dimos cuenta e intentamos un par de veces más; el pájaro se había dado vuelta en su rama (tal vez) para mirarme, y dado que no había una manera exacta de acabar con aquello, tras agacharme a recoger el diario, entré en la casa. Una parte de mí se quedó abierta. Una parte pequeña. Pero no me enojé conmigo misma. Siempre deseamos eso los humanos.

De noche, últimamente, se me da por acostarme en el grano de las cosas. Las noches como ésa. O a media tarde pasan raudamente, hechos jirones, otros cuartos, él era un hombre que sabía lo que es la decepción. Las cosas miran para otro lado. Las cosas locas son más afiladas de lo que les reconocemos.

Teníamos la costumbre de llevarlo a dar vueltas en coche. No sabíamos bien si le gustaba, sus años de demencia. Un día se nos quedó el auto, en medio de un diluvio, y entramos al café bar de un hotel barato. Pedimos café o sopa, nos sentamos con los abrigos puestos, porque él no se sacaba nunca el suyo, y habría parecido raro. Después llegaron los cafés y él alzó la mirada, sintiéndose de pronto abandonado, y dijo: “Pensé que era un banquete”.

8.12.11

Confesión (Louise Glück)

Si dijera que no le temo a nada
estaría mintiendo. Tengo miedo
de las enfermedades y de la humillación.
Igual que los demás, tengo mis sueños.
Pero aprendí a ocultarlos,
a fin de protegerme
de la satisfacción: toda felicidad
acarrea la ira de los Hados.
Son hermanas, salvajes:
finalmente, la única emoción
que tienen es la envidia.

5.12.11

Lejos del mar (Weldon Kees)

Para Ernest Brace

“Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas”. Apocalipsis 10:4

La balsa que instalamos, por debajo del agua, funcionó
de maravilla: al caminar con la túnica al viento, recortándose oscuro contra el cielo
parecía que las olas sin sustancia sostenían
sus pies esbeltos e inviolados. Las gaviotas rondaban,
zambulléndose, chillando en soledad; unos hilos de nubes andrajosas
pasaban sobre el sol como listones. Allí, en la orilla
la reacción de la gente fue instantánea. Me pareció que él
lo manejaba bien: la manera de andar, la inclinación de la cabeza, todo fue perfecto.
Largas franjas de luz encandilaban encima de las olas.
Y supimos entonces que el esfuerzo no había sido en vano:
tantos días cosiendo, haciendo ajustes, todos esos clavos,
los ensayos sin pausa, las deliberaciones sobre la ejecución.
Si querés un milagro, tenés que trabajar para obtenerlo,
trazar tus planes cuidadosamente y siempre estar un paso
delante de los otros. Denunciar un milagro
es un placer sublime; pero fabricar uno exige
tacto, imaginación, y un talento especial
que no cualquiera tiene. Un milagro, en efecto, da trabajo.
Y resulta que ahora nos vienen a decir
que lo que perseguíamos no eran milagros. ¿Pero qué más hay?
¿Qué otra esperanza hay en la vida, sino
la del milagro, la hábil ejecución paciente,
el trabajo en equipo, los esfuerzos y las preocupaciones
que presuponen todos los milagros?

Los visionarios que dan vueltas en la cama, atormentados hasta la obsesión
por cuestiones de mesianismo y escatología
son como la neblina que se levanta cuando cae la noche, y quizás, al final,
incluso menos. Los solemnes sobrenaturalistas, los creyentes devotos,
viven el éxtasis (tal como es), pero no
nuestro éxtasis. Fue nuestra obra. Y sin embargo, a veces,
cuando el torrente de aquel tiempo
vuelve a raudales, me sorprendo de nuestro coraje
y nuestra iniciativa. Era como si el mundo
fuera un pasillo oscuro, abandonado,
en donde hubiera filas de velas apagadas;
y nosotros, no tanto por amor, o esperanza, ni devoción siquiera,
sino por miedo de la muerte, trajimos nuestras lámparas
y miramos las velas encenderse una a una, llamas
contra la larga noche de nuestro miedo. Pensábamos
que nunca moriríamos. Ahora ya no estoy tan convencido:
el viajero que va por la llanura divisa las montañas
desde lejos; las pierde de vista al avanzar. Sigue un camino
que atraviesa los valles serpenteando; después, tras una súbita
bifurcación, las cumbres se levantan desnudas ante él: son algo diferente
de lo que había visto desde abajo. Ahora pienso en la balsa
(que para mí fue, de algún modo, el clímax de toda la experiencia)
y en las expectativas de aquel día, y también en la gruta
que llenamos de pan, las reuniones secretas
en las colinas y los falsos asesinos que contratamos para el último objetivo,
las curas orquestadas con cuidado, los funcionarios que hubo que sobornar,
las ropas de los ángeles, confeccionadas impecablemente,
los remedios que dimos detrás de aquella piedra,
y esa nube final, perfecta y oportuna.
De dónde habrá salido toda esa sangre nunca me enteré.

Los días van haciéndose más largos. Fue hace ya mucho tiempo.
Y he llegado a ese punto en la bifurcación de mi camino
en que las cumbres se hacen infinitas: tienen forma de cuernos, son escamosas y llenas de espinos.
Pero de todos modos, yo sé que la labor valió la pena.
Eso que provocamos nadie lo puede deshacer ahora.
La vida, por desgracia, no regala milagros, y necesita ayuda.
Nada va a ser igual que como era antes,
me repito: está oscuro aquí en la cumbre, y cada vez se vuelve más oscuro.
Creo que estoy teniendo algún tipo de éxtasis.
¿Era la luz del sol sobre las olas aquel día? Cae la noche.
Y ahora el agua parece muy lejana, irreal, y a lo mejor lo sea.

1.12.11

Uno de Luis Felipe Fabre

VILLANCICOS DEL SANTO NIÑO DE LAS QUEMADURAS



...entre los referidos de que se hizo justicia se halló vn yndio ladino y de buena razón el qual era casado y un día que se halló con su muger aviendo tenido con ella acto carnal de rabia que no hubiera sido con el hombre con quien se comunicava nefandamente cogió vna vela y pegó fuego a un Sancto Niño Jesús que tenía en un altar junto a su cama al qual se le quemó la cara y las espaldas y se le yncharon los brazos y se le llenó el cuerpo de cardenales y el fuego hizo en él los mismos efectos que si hubiera sido en carne humana como pareze de los testimonios que remito a VM y porque quando Jesucristo Nuestro Señor nació murieron todos los sométicos como refieren algunos sanctos...


Don Juan Manuel de Sotomayor,
Carta a Felipe IV, 19 de noviembre de 1658








1


Dónde
estará María: Aurora
que no llega: dónde, que todo es sombra
salvo por una llama que se pasa la noche en vela.

Ve la vela: parpadea:
ay, que se apaga, ay, que se enciende:
escúchala: chisporrotea: tea, tea que en este altar
apenas alcanza a iluminar la mitad de un Niño de madera:

un Santo Niño Jesús
mitad estatuilla y mitad secreto,
mitad bulto

y mitad tiniebla,
mitad nacido y mitad naciendo
hasta que llegue la Aurora y lo alumbre entero.

Pero dónde estará María
que el Nacimiento
no se completa: dónde el Alba que no rompe:

la vela se pasa la noche llorando cera.







2


Miren, escuchen, atiendan:

el indio Miguel de Urbina,
de rabia

de yacer
con su mujer y no con el hombre
con el que se comunicaba nefandamente,

toma una vela y prende fuego
a un Niño Jesús de madera.

Miren:
una vela encendida: pincel de flamas.

Sírvele al indio Miguel
el Niño
Jesús de lienzo

donde copiar
los incendios de amor que el corazón le llagan.

Escuchen:
el indio Miguel
empuña una vela: la vuelve daga.

Atiendan:
empuña una vela:
le prende fuego al Niño: lo vuelve lámpara.

Y el Niño le ilumina
un destino:
miren:

el Niño
se vuelve espejo
donde el indio Miguel se mira,
ay, ardiendo entre futuras llamas.




3


Vayamos, pastoras, al Belén de la repisa:
pastoras, deprisa: al Niño fuego prendamos.

Que venga La Zangarriana, que venga
La Morosa y que Señora la Grande
venga: que vengan

La Estampa, La Luna, Las Rosas,
La Martina de los Cielos, Cotita de la Encarnación
y La Conchita:

que vengan los pastores descarriados: los pastores
que se visten de pastoras: que vengan
las pastoras

vela en mano
a encender la Estrella de la Venganza:

vayamos, pastoras, al Belén de la repisa:
pastoras, deprisa: al Niño fuego prendamos:

Santo Niño de madera, Santo
Niño de caña:
Jesús

te dicen
mas en aqueste incendio
ya nomás te llamas llamas.

Santo Niño de lumbre: Centella de nuestra Rabia.
Santo Niño de tizones, Santo Niño de flamas:
a ver si así comprendes
a las que ardemos
de ganas.

Con llamas, con lumbre, con tizones, con flamas:

vayamos, pastoras, al Belén de la repisa:
pastoras, deprisa: al Niño fuego prendamos.







4


¡Fuego!
En vez de trompetas,
cornetas, sacabuches, suenen
en este villancico, arcabuces: suenen:

¡Fuego, fuego, fuego!

Disparen
angélicas milicias: publiquen
por los aires, con salvas, con albas,
seráficas escuadras, las nuevas de este infierno:

¡Fuego, fuego, fuego!











5


Hagan plaza, hagan plaza,
y que el tocotín
del indio Miguel ya comience,

comience ya
en el brasero su danza: hagan plaza,
hagan plaza, comience el tocotín

aunque el indio
Miguel no lleve en los tobillos
caracoles ni sonajas

bástenle de sonoras alhajas grilletes y cadenas.

Miguel cuiloni,
Miguel tecuilontiani,
pues cuiloni, pues tecuilontiani,

les nombran los naturales

al puto que padece y al puto
que lo hace,
traduce el fraile.

Hagan plaza que ya llegan
los matachines con sus bizarrías.

Cuiloni, chimouhqui, cucuxqui.

Hagan plaza, hagan plaza.

6


Apagada ceniza, cuajos de tiniebla,
entre hielos negros
yace,

oscuro incendio vencido,
un Niño
Jesús de madera:

una estatuilla
que siendo sólo arte y materia
inerte, humano

ardió, corazón prestado,
de amor
y furia ajenos.

Miren sus hinchazones, sus cardenales,
sus quemaduras:

miren
que el Niño Jesús se ha vuelto
el relicario de un gesto.

Cuajos de tiniebla, ceniza apagada,
entre hielos negros
yace

un corazón maltrecho:
¿qué pecho le dará posada?