28.4.11

Uno de José Martí

¡No, música tenaz, me hables del cielo!



¡No, música tenaz, me hables del cielo!
¡Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire puro
Abre su cáliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa vuelvo...
¿Casa dije? ¡No hay casa en tierra ajena!...
¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso
Los restos de mí mismo; ávido y triste
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre
¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
Pero tomad a que Virgilio os guíe...
Si no, estáos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como flores
De un jardín infernal se abren las llagas:
Y boqueantes por la tierra seca
¡Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la aterradora tumba!
¡No, música tenaz, me hables del cielo!

25.4.11

Canción del río (Weldon Kees)

En patíbulo público para el ojo privado
junto al río neutral donde estaban los chicos
me ahorcaron por la gente, para mirar el cielo.

Cuando ahí me colgaron, ondeé como bandera
junto al río azul donde jugaban esos chicos:
fue parte del atraso cultural mi sonrisa.

Tres mártires nombré. Mi madre vino a verme
a aquel río gris, donde los chicos me miraban:
“Hijo mío, le has hecho honor al apellido”.

Yo me puse contento. Luego pasó un desfile
por el río oscuro donde saludaban los chicos,
y al ver los uniformes me estremecí y lloré.

Me traté de bajar. Lo que había aprendido
junto al río sin sol donde esos chicos gritaban
era sólo dolor. Me ardían las ataduras.

No podía moverme. ¿Me habían arrojado
junto al río en sombras donde los chicos fracasaban
o por mis propios medios había llegado ahí?

Y cuando me bajaron unas bandas tocaban
junto al río sucio donde lloriqueaban los chicos,
y vestido de negro un hombre dio un discurso.

Dijo que yo era un héroe. Pero no me importó.
El río manaba sangre y los chicos murieron.
Yo quería morir, pero ahí me dejaron.

21.4.11

Alabada la mente (Weldon Kees)

Alabada la mente
que crece paulatina
en sólida amplitud, que reconoce
sus múltiples errores,
y que muestra y admite
que le falla el ingenio.

Alabada la mente,
única, que no ve ninguna calle
atravesar el mundo,
completa, que no encuentra,
torciéndose al final,
su fuente, sin ningún remordimiento.

Alabada la mente
que avanza hacia el sentido.
La bondad; mezcla ingenio con rutina
de gracia, y tiene espacio,
y encuentra su lugar.

18.4.11

Una chica a medianoche (Weldon Kees)

Entonces caminá por el piso, o da vueltas en tu cama
mientras las balas, frías y ciegas, retroceden desde el centro del blanco,
y decí: “Nunca más voy a a volver a soñar ese sueño. No voy
a soñar con suspiros gastados hace tiempo que se esfuman
por pasillos que doblan por edificios que no conocí jamás;
con el chasquido de unos guantes de goma; con el chico alto y ciego
que repite mi nombre; con las sábanas sucias
de otra chica. Luego una campanada grave
que resuena a través de la sombra en el frío
perturba la pantalla que es mi mente dormida.

“–Nunca tenés la cara despejada. Estás parada siempre
a oscuras en portales de carbonilla. Parte de tu cara
se borró. Vos decís: ‘Para acabar al fin con este mundo infame.
Sopla una niebla contagiosa. Por Dios, podríamos morir
como mueren a veces los ciervos, con las astas
entrelazadas, y se pudren en la nieve’.
“Yo no puedo hablar nunca.
Igual, ¿alguna vez te dije la verdad?
No pedí esto; una nueva enfermedad se va infiltrando en mí.
Quiero tus labios sobre los míos, y tu boca
sobre mis pechos, una y otra vez;
quiero que la mañana se llene con el sol.

“Pero debo soñar una vez más con ciudades quemadas,
con madera podrida y puertos en silencio.
El amor es el cuarto de un enfermo con la mitad del techo derruida,
donde las noches pasan entre lluvias constantes.

Corazón, corazón. No vivo. La mentira de la paz
se reproduce en ecos infinitos; han muerto los relojes.
Lo que tuvimos ya no lo tendremos nunca”.

14.4.11

La oscuridad (Weldon Kees)

La veo en el árbol verde
desde hace mucho tiempo,
en las figuras sobre la vereda, engrasada

y mojada por la lluvia, y en los lugares donde
unas manos tocaron a la puerta.
Sobre las azoteas y en las calles,

en una cara vista al pasar tras de otra
la vi extenderse,
al filo del cielo al mediodía

hasta manchar los yuyos
marchitos en algún lugar vacío
y saturar el sol

–como si alguien hubiera tirado de un cordel
en una casa extraña,
para apagar una luz tenue e ir quedando a oscuras.

11.4.11

Dinamita para las óperas (Weldon Kees)

Después de las alfombras rojas de los palacios,
y los techos de aquellos grandes hoteles, con su vista al mar,
al parecer estoy de vuelta en este cuarto conocido.
Me trajeron, tal vez. Cuando me fui, corría febrero.

Rozar la muerte es complicado cuando un papel secundario
en algún melodrama de la descomposición nos ofrece el momento
para esbozar una sonrisa excéntrica dentro de un camerino.
Nunca sonreí mucho acá. Colegas míos de lo sublime: ¡adiós!
Voy al encuentro de los papelitos de bienvenida que caen en una calle
que conozco muy bien. Alguien le dio cuerda al reloj
que hace tic tac como una bomba, y no tiene la culpa.

Volver a despertar con la certeza de que el tiempo
sigue su curso indefectiblemente, eso es lo que extrañaba,
o al menos parecieran decirlo las cortinas que se mecen al viento.
Ese vacío era más productivo que el vacío de ahora.
Mucho más productivo. Por eso me gustaba mucho menos.
Un paisaje de escarcha endurece la mente.

7.4.11

Robinson (Weldon Kees)

El perro deja de ladrar al irse Robinson.
Su actuación terminó. El mundo es gris,
no sin violencia, y él se pone a patalear bajo el piano de cola:
la cacería de las pesadillas ya comenzó hace rato.

El espejo de México, colgado en la pared
ya no refleja nada. El cristal está negro,
y la única imagen robinsoniana es la que aporta Robinson.

La cual es todo el cuarto: paredes y cortinas,
estantes, una cama, la foto coloreada a mano de su primera esposa,
alfombras y floreros, unos cigarros en un humidor.
Llenarían el cuarto si Robinson entrara.

En los libros, las páginas están en blanco,
son los libros que Robinson leyó. Ésa es su silla preferida,
o acaso sea el lugar en que estaría la silla de estar presente Robinson.

El teléfono suena todo el día. Quizá el que llama sea
Robinson. Cuando él está no suena nunca.

Afuera, al sol, los edificios blancos se tiñen de amarillo.
Afuera, vuelan todo el tiempo en círculos los pájaros,
donde son de verdad los árboles y nunca se toman vacaciones.

4.4.11

Voy a hacer unos versos sobre nada (Guilhem de Peitieu)

Voy a hacer unos versos sobre nada:
no hablarán ni de mí ni de otra gente,
ni del amor ni de la juventud
ni ninguna otra cosa,
sino que los habré compuesto en sueños
encima de un caballo.

No tengo idea de a qué hora nací,
no soy alegre ni soy taciturno,
no soy sociable ni tampoco huraño,
ni puedo ser distinto,
porque así me hechizaron cierta noche
sobre una alta montaña.

No puedo distinguir si estoy despierto
o acaso duermo, si no me lo dicen;
y por poco me rompe el corazón
una pena amorosa;
pero eso no me importa ni una hormiga:
por San Marcial lo juro.

Estoy enfermo y temo hallar la muerte;
y sólo sé lo que escucho decir.
Voy a buscar un médico a mi antojo,
no conozco a ninguno;
si me cura, buen médico será,
pero no si empeoro.

Tengo una amiga, aunque no sé quién es:
puedo dar fe de nunca haberla visto;
nada hizo que me plazca o que me pese,
y eso a mí no me importa:
pues nunca hubo franceses ni normandos
adentro de mi casa.

Aunque jamás la vi, la amo mucho;
aunque no me hizo bien ni me hizo mal;
si no la veo, me lo tomo en broma;
no me importa ni un gallo:
conozco a una más gentil y hermosa,
que vale más que ella.

Yo no sé si el lugar adonde vive
está en una montaña o en el llano;
no me atrevo a decir el mal que me hace,
mejor guardo silencio;
me pesa mucho que se quede aquí
y por eso me voy.

Hice los versos, no sé sobre quién;
ahora se los voy a enviar a alguien
que por medio de otro va a mandarlos
de mi parte a Peitau,
para hacerme llegar la contrallave
del estuche de ella.