29.9.11

Uno de Óscar de Pablo

CANCIÓN SIN GANSOS



Blanca como un cuchillo en el pan negro, blanca como un cuchillo, la
cuidadora de gansos
heredó, en vez de gansos, un léxico semítico
para entonar apenas cancioncitas tontas
y dulces como gansos; pero no supo hacerlo, la
pobrecita muchacha, la
cuidadora de gansos.

Y en lugar de canciones plácidas como gansos, la
cuidadora de gansos
armó con ese blando diccionario heredado, dulce como un cuchillo sin apenas saberlo, una sangrienta saga siderúrgica, plural como tonante retahíla de pasos, como un tambor de estaño desbordando la acera, o una ensordecedora cabalgata
de multitud y dientes: pobrecita, blanca como un cuchillo en el pan negro, la
cuidadora de gansos.

Al oír el estruendo
de pasos, los soldados
acudieron corriendo a la muchacha, la
cuidadora de gansos
y al ver que no había gansos la tomaron
por un imperio hostil. Aspiraba a dormirse
como una almohada blanca, la
cuidadora de gansos, blanca como un cuchillo desnudo en el pan negro, pero la confundieron los sensibles
oídos militares
con una renegrida división de obuses.

Y entraron en su cuerpo diminuto
como en la capital de un imperio enemigo: Bruja. Bruja y puta judía, negra como un cuchillo
que untara en el pan negro una lengua de nata. Le rompieron los pómulos, las
calles. Bruja. Negra puta judía. Derrumbaron sus viejas sinagogas
y sus pobres caderas, sus rodillas de leche diminuta, de
cuidadora de gansos, negra negra, y desgarraron pechos y pendones. De su cuerpo menudo
de mujer, no quedó piedra viva sobre piedra.

Como no tenía gansos, la
cuidadora de gansos
no pudo esparcir plumas. Concentraron en ella el vuelo de las piedras
y ella no tuvo plumas, piedra piedra. Quería ser una almohada blanca como un cuchillo, y difundir su muerte, dulcemente, con el viento de Europa. Pero no tenía plumas, porque no tenía gansos, la
cuidadora de gansos. Para sus ratos libres, la
cuidadora de gansos
tenía un jardín de rosas, la
cuidadora de gansos
y Europa quedó sucia, pobrecita, y blanca con sus pétalos.

26.9.11

Cortejo (Mark Strand)

Hay una chica que te gusta, así que le decís
que tu pene es muy grande, pero que
no lo podés usar. Sus exigencias son ridículas, decís,
incluso contraproducentes, pero de todos modos hay que satisfacerlas,
breve, disimuladamente, en la penumbra.

Cuando cierra los ojos horrorizada, vos
te desdecís de todo. Le explicás que vos mismo sos casi
una chica y que su espanto te resulta comprensible.
Cuando ella está por irse, le decís
que vos no tenés pene, que no sabés

qué te pasó. Te arrodillás.
De repente se agacha para besarte el hombro, y te das cuenta
de que vas por buen camino. Le decís que querés
dar a luz hijos, que por eso parecés confundido.
Fruncís el ceño y maldecís el día que naciste.

Ella intenta calmarte pero vos estás enajenado.

Le bajás la bombacha y le pedís disculpas a la vez.
Ella intenta zafarse. Vos aullás como un lobo. Tu deseo
parece colosal. Sabés que va a ser tuya.
Tomada por asalto, ella es la chica con quien vas a casarte.

22.9.11

Yo fui un explorador polar (Mark Strand)

Yo fui un explorador polar cuando era joven
y me pasé incontables días con sus noches congelándome
en un lugar vacío tras de otro. Finalmente,
abandoné mis viajes y me quedé en mi casa,
y allí creció dentro de mí un repentino exceso de deseo,
como si una corriente muy brillante de luz, como ésas que se ven
adentro de un diamante, me estuviera atravesando.
Llené una página tras otra con imágenes de lo que había presenciado:
océanos gimientes de témpanos, glaciares gigantescos, y el blanco
golpeado por el viento de los icebergs. Después, sin nada más para decir, paré
y puse mi atención en lo que estaba ahí cerca. Casi a una misma vez,
un hombre que vestía un sobretodo oscuro y sombrero de ala ancha
apareció debajo de los árboles enfrente de mi casa.
La forma en que miraba hacia delante, y cómo se paraba,
sin distribuir su peso, con los brazos colgándole
a un costado, me dieron la impresión de que lo conocía.
Pero tan pronto levanté la mano para hacerle un saludo,
dio un paso atrás y luego se dio vuelta, y empezó a desvanecerse
como se desvanece el ansia hasta que ya no queda nada de ella.

19.9.11

El hotel de la playa (Mark Strand)

¡Mirá! ¡El barco zarpó sin nosotros! Y el viento
sopla del este, y el próximo barco sale dentro de un año.
Vayámonos de vuelta al hotel de la playa donde no deja nunca de llover,
donde el jardín, verde y lleno de sombras, dice con el más raro
de los suspiros: “No invadir la zona”. Podemos caminar,
podemos visitar a los muertos vestidos con sus pijamas de ceniza,
y luego de un paseo entre los abedules, podemos acostarnos
en la cama deshecha, contemplando cómo la antigua luna se mueve sigilosa
por el piso. Las ventanas se van a sacudir y nos van a cubrir olas de oscuridad,
frías, impertinentes y lúgubres. Y en las cercanas catacumbas espejadas
del sueño caeremos, y allí, en la luz marchita, vamos a descubrir la osamenta
y el polvo, los tristes restos de alguien que habría podido existir, si nosotros
no hubiésemos tomado su lugar.

15.9.11

VII (Mark Strand)

Te podrías burlar del esplendor de la luz de la luna,
¿pero qué sería el corazón humano si deseara
sólo la oscuridad y no quisiera nada en esta tierra

sino la tinta de los mares o la negra sombra de las rocas?
Arrojarse una noche de verano hacia el vacío
plateado del aire y contemplar los campos pálidos

mientras descansan, bajo la mirada huraña de la luna,
quedarse demorado en lo profundo de la vista y preguntarse
cómo, en esta blancura, lo que amás está

más allá de la pena, y cómo en ese valle dilatado de tu mirada
crece la esperanza, y ahí, bajo el lejano
y apenas perceptible fuego de todas las estrellas,

sentirte despertar al cambio, como si tu cambio
fuera inmenso y figurara en los anhelos celestiales.
Y sin embargo, todo lo que querés es levantarte de la sombra

de vos mismo y ponerte al calor refrescante de una noche de verano
cuando brilla la luna y hasta la tierra misma
está cubierta y en silencio en su sueño de piedra.

12.9.11

XLV (Mark Strand)

Estoy seguro de que encontrarías brumoso este lugar,
y sus montones de chalets de piedra que habría que arreglar urgentemente.
Unos grupos de almas, enfundadas en túnicas, están sentadas en los campos,

o van por los caminos serpenteantes de tierra. Son amables
y ajenas a sus cuerpos que, silbando, atraviesa
el viento. No hace mucho,

me detuve a descansar en un lugar en que una bruma
especialmente espesa subía desde el río. Alguien
que había dicho conocerme de hace años

se acercó y me contó que en los alrededores
había muchos poetas que deseaban regresar a la vida.
Estaban listos para pronunciar las palabras que no habían podido decir,

palabras cuya ausencia había sido el silencio del amor,
del dolor, y del placer, incluso. Después se fue a reunir con un grupito,
que estaba junto a un fuego. Me pareció reconocer

algunas de las caras, pero a medida que me iba acercando escondían
sus rostros debajo de las alas. Yo giré la cabeza y miré en dirección a las colinas
que se alzaban sobre el río, donde la luz dorada del crepúsculo

y del amanecer son una misma luz, y vi algo que volaba
agitando las alas sin cesar. Y luego se detuvo, sostenido en el aire.
Era un ángel, y uno de los buenos, a punto de cantar.

8.9.11

XIV (Mark Strand)

El barco se quedó demorado en el puerto.
La promesa de la partida comenzó a apagarse.
El resplandor del mar, la brillante abundancia

de su azul, sin embargo, no se apagan.
Los pasajeros unen sus voluntades para liberar
el barco que chirría. Lo único que quieren

es un último viaje más allá de las palmeras de papel
y los bancos de arena de la melancolía, más allá del cristal
y las mansiones de alabastro enhebradas a lo largo

de la costa, más allá del sonido de sirenas
y de los estruendosos engranajes de los grandes camiones que trepan las colinas,
hacia la desnudez bañada por la luna de las olas,

donde los garabatos en el agua tientan a los viajeros a sumergir sus manos
para atrapar esos mensajes que se van disolviendo entre sus palmas.
Una vez y otra vez sale a flote lo escrito,

resplandece a la luz por un instante y se hunde después sin que nadie lo lea.
¿Por qué los pasajeros habrían de desear con tantas ansias
vislumbrar lo que nunca han de tener?

¿Por qué hay tantos de ellos apiñados sobre las barandas,
mientras dormita aún el barco amarrado en el puerto?
¿Y a quién saludan con la mano? Hace

años que los negocios de la ciudad abrieron,
hace años que izaron la bandera en el pequeño parque,
que la nube detrás de la montaña de la zona se movió.

6.9.11

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5.9.11

VIII (Mark Strand)

Si el alba rompe el corazón, y es un horror la luna,
y el sol no es nada más que la fuente del sopor,
entonces por supuesto habría callado todos estos años

y no habría decidido salir hoy a la noche
con mi traje cruzado azul oscuro nuevo
y sentarme en la mesa de un restaurante con un bowl

de sopa frente a mí, celebrando lo bien que me ha tratado
la vida y cómo ha culminado en este instante.
Las armonías de lo saludable han llegado a su apogeo,

y estoy temblando de satisfacción, y a vos
también se te ve bien. Me gustan mucho tus dientes de oro y tu pelo teñido,
un poco verde y un poco amarillo, y tu peso, que al fin

ha subido hasta un punto que jamás habíamos pensado
que llegaría. Oh compañera, hermosa muerte mía,
mi negro paraíso, mi droga con olor a húmedo,

mi musa simbolista, ofreceme tu pecho
o tu mano o tu lengua que duerme todo el día
detrás de su muralla de encías color rojo.

Acostate en el piso del restaurante
y recitá todo lo que se ha escapado de mi felicidad .
Decime que no viví en vano, que las estrellas

no van a morir y que las cosas van a seguir siendo como son,
que lo que he visto durará, que no nací
en el cambio, que lo que dije no lo dijeron por mí.

1.9.11

La vida continua (Mark Strand)

¿Qué fue de aquellas casas en el barrio, inundadas
por una luz de plata, de los chicos agachados entre los arbustos,
observando a los grandes en busca de señales de rendición,
señales de que el irregular placer de desplazarse
de un día al otro, de estar a la deriva en la marea del deber,
ha seguido su cauce natural? Padres, confiésenles
a sus hijitos que la noche está muy lejos
y que a ustedes les gusta lo mundano cada vez más; explíquenles
que ha comenzado apenas su culto a las tareas del hogar;
describan la belleza de palas y rastrillos, trapeadores y escobas;
díganles que siempre habrá más cosas por limpiar y cocinar,
que una cosa conduce a la siguiente, y que ésta lleva a otra;
cuéntenles que se vive entre dos grandes oscuridades, la primera
se termina y la segunda no, que la mayor fortuna
es la de haber nacido, que se vive en una ráfaga borrosa
de horas y días, meses y años, y uno cree
que eso tiene sentido, a pesar del temor ocasional
de que uno se va a ir sin nada terminado, nada
para probar que uno existió. Díganles a los chicos que entren,
que ustedes siguen en la búsqueda de algo que han perdido: un nombre,
un álbum familiar que se precipitó de su minucia
a otra minucia, una porción de oscuridad que podría haber sido
de ustedes: no lo saben muy bien. Díganles que cada uno intenta
mantenerse ocupado, aprender a inclinarse y escuchar
la descuidada respiración de la tierra, sentir cómo les sobreviene
la languidez que les ofrece, oleada tras oleada, provocando
pequeños temblores amorosos en su breve
e innegable ser, en sus días, y más allá.