24.2.07

Contrabando (Denise Levertov)

El árbol del conocimiento era el de la razón.
Por eso es que probar de él
nos arrojó del Paraíso. Lo que había que hacer con ese fruto
era secarlo y molerlo hasta obtener un polvo fino,
para después usarlo de a una pizca por vez, igual que un condimento.
Probablemente Dios tendría planeado mencionarnos más tarde
este nuevo placer.
Nos lo comimos hasta atragantarnos,
llenándonos la boca de pero, cómo y si,
y de pero otra vez, sin saber lo que hacíamos.
Es tóxico, en grandes cantidades: sobre nuestras cabezas
y a nuestro alrededor el humo se arremolinaba,
para formar una compacta nube que se fue endureciendo
hasta hacerse de acero: un muro entre nosotros
y Dios, Que era el Paraíso.
No es que Dios no sea razonable; pasa que la razón
en tal exceso era una tiranía,
y nos aprisionó en sus propios límites, un calabozo de metal pulido
que reflejaba nuestros propios rostros. Dios vive
al otro lado de ese espejo,
pero a través de la rendija en donde el cerco
no llega justo al piso, logra colarse al fin:
como una luz filtrada, como chispas de fuego,
como una música que se oye, cesa de pronto
y, de repente, se hace audible de nuevo.

19.2.07

Propaganda #5

Ciclo de Poesía
Bonus Track

VIERNES
23 de Febrero
18.00 hs
Jardín Botánico.

Leen
Marina Mariasch
Malena Rey
Gabriel Yeannoteguy
Martín Rodríguez
Inés de Mendonça
Ezequiel Zaidenwerg
Dolores Gil
Mariano Blatt
Coordina
Marina Kogan

15.2.07

Las víctimas (Sharon Olds)

Cuando mamá se divorció de vos, nos alegramos. Se la aguantó
y se la aguantó en silencio, durante todos esos años, hasta que al fin
te echó sin previo aviso: sus hijos, encantados. Tiempo después te echaron
del trabajo: nos alegramos en el fuero interno, como la gente se alegró
la última vez que Nixon dejó la Casa Blanca en helicóptero. Nos divertía
imaginar que te quitaran tu oficina, tus secretarias,
tus almuerzos con tres whiskies dobles,
tus lápices, tus resmas de papel. ¿Te harían devolver también
tus trajes, esas sombrías carcasas colgadas del placard,
y las punteras negras de tus zapatos con sus grandes poros?
Nos había enseñado a aguantárnosla, a odiarte y a aguantárnosla,
hasta que la empujamos a aniquilarte, Padre. Ahora,
cada vez que paso por al lado de un mendigo en un portal,
el cuerpo de babosa brillándole a través de las rendijas
de su traje de barro comprimido, las aletas
manchadas de sus manos, el fuego
submarino de sus ojos, como barcos hundidos
con las luces encendidas, me pregunto quiénes habrán sido
los que se lo aguantaron en silencio, hasta que dieron todo,
y no les quedó nada más que esto.

9.2.07

Blues funerario (W. H. Auden)

Detengan los relojes, desconecten el teléfono,
denle un buen hueso al perro, así no ladra,
hagan callar el piano, y con tambores sordos
saquen el ataúd, que entre el cortejo.

Que una avioneta vuele sobre nuestras cabezas
escribiendo en el cielo el mensaje: “Él ha muerto”.
Con cinta oscura al cuello suelten palomas blancas;
que lleven guantes negros los agentes de tránsito.

Era mi norte y sur, mi este y oeste,
mis días laborables, mi descanso del domingo,
era mi mediodía y medianoche, mi música y mi charla.
Creía que el amor iba a durar por siempre: Estaba equivocado.

Perdieron las estrellas su utilidad: apáguenlas,
empaqueten la luna, desmantelen el sol
vacíen el océano y arrasen con los bosques;
que ahora nada bueno puede hacerse de nada.