30.5.11

Subtítulo (Weldon Kees)

Tenemos para ustedes esta noche
una película de muerte: observen
que el celuloide ajado de este film
carece de auspiciantes y de impuestos.

Les pedimos tan sólo algunas cosas:
peguen los chicles bajo los asientos
o tráguenlos de golpe; les rogamos
que dejen los pochoclos en la entrada.
Durante la función, todas las puertas
se mantendrán cerradas. Por favor,
consulten sus programas: por motivos
de precaución, verán que no hay salidas.

No esperen ningún dialogo. Tampoco
ninguna voz humana: hemos creído
conveniente sincronizar la acción
con chillidos de cerdos, con disparos
lentos de armas de fuego y con el ruido
sordo que hacen las máquinas que expenden
golosinas. Volvemos a decírselo:
no hay salidas, ni a quién darle un soborno,
ni tampoco ventanas en los baños.

Esta película no tiene fin,
salvo que el fin sea el de ustedes mismos.
Apaguen por favor la luz, recuérdenle
su carnet sindical al proyector,
y siéntense derechos a mirar
cómo les va explicando la pantalla
la razón de su herencia y su destino.

26.5.11

Informe de la reunión (Weldon Kees)

Tras quitarse el abrigo y el sombrero, los hombres
de ciencia se subieron a un estrado antiséptico.
Un león desdentado padecía en su jaula,
sin prestar atención. Los hombres se sentaron.

Uno, con un jadeo, hizo su introducción,
se paró y se ajustó a la nariz los lentes,
y dijo al auditorio –antes de irse de tema–
que el Elixir Vital estaba ya a su alcance.

“Los hemos convocado a esta reunión de hoy
para que vean cómo este león añoso
bebe Elixir Vital. Y luego, al pasar, dijo:
“Tiene un sabor amargo”. Luego empezó a contarles

cómo durante años habían vertido líquidos
en tanques, estudiado esperma, sangre, esputo,
los reflejos, el ritmo cardíaco y los gérmenes;
inventado confusos laberintos, en donde

las ratas tenían éxito o se volvían locas;
llevado a cabo pruebas con cerebros de alondras;
llenado sus cuadernos de perplejos apuntes,
y drogado con cocaína a monos mogólicos.

“Transcurrieron los años de estudio sin descanso,
buscando el Elixir que otorgara la vida
eterna a hombres y bestias; y en primavera, al fin,
fuimos recompensados con el éxito”, dijo.

Así dio fin a su presentación. Aplausos.
Los científicos luego entraron en la jaula
y dieron de beber al animal vencido
por la edad (le limaron las garras, sin embargo).

El león, tras probar el remedio los vio
salir con tolerante desdén, soltó un bostezo,
sacudió la melena, hizo un gesto enojado,
cabeceó un par de veces y después se murió .

Hubo un silencio. Luego sonaron mil metrónomos
con violencia; se hizo borroso el aire; algunos
bufaron y se fueron; se rumoreó: “¡Qué engaño!”.
Molesta y confundida, la gente volvió a casa,

a hacer monografías sobre todas las fases
del asunto, armar gráficos y cuadros y proyectos;
cortaron al león, lo pusieron en ollas,
y después no salieron a la calle por días.

23.5.11

El Bunyip (Weldon Kees)

Gris y emplumado, del tamaño casi
de un ternero crecido, largo el cuello
del cual emerge la peluda testa

de un emú. Es su voz (dicen) como mil
tambores. Ya intrigaba a los indígenas
antes de que llegara el hombre blanco.

Vive en el mar y son todos sus nombres
musicales: Tumbata, Kanjaprati,
Bunyip, Melagi. Brota de su espalda

un penacho de agua; es el terror
de las esposas de los pescadores.
Se acerca de alta mar hacia la costa

y grita a veces, al caer la noche,
que no es un mito –extinto, imaginario–,
las plumas encrespadas y la voz

no parecida a mil tambores, sino
casi inaudible, amortiguada, como
sirenas que de lejos trae el viento.

19.5.11

La playa en agosto (Weldon Kees)

El día en que la gorda
con el traje de baño azul brillante
murió al entrar al agua,
pensé en la condición
humana. La marea
depositó en la playa restos de fruta vieja.

Lo que pensé sobre la condición
humana fue esto: fruta vieja
que la marea trae y que queda al sol
secándose. Otra gorda
con un traje de baño verde opaco
se zambulle en el agua y luego muere.
Los pulmotores brillan. Es mediodía.

Bajo el sol nos secamos y morimos,
mientras el mar dispone de la fruta vieja
que la marea trae y que brilla
al mediodía. Una mujer, algo robusta,
con un traje de baño no identificado,
nada hasta un muelle, y una mujer alta
camina rumbo al mar. Uno piensa en la condición
humana. La marea sube y luego se retira.

16.5.11

La base (Weldon Kees)

Hay veneno en el bosque. La savia
se reseca, la corteza se va descascarando. Nos subimos al pino
más alto y descubrimos que la copa se pudría.

Pero están verdes las hojas de más abajo,
o casi verdes, y no son menos frondosas
donde la luz es más amable.

El que selló estas nervaduras y falseó su color
podría marchitar la enorme piel del mundo
y hacer que ardiera y que brillara

como todas las luces de Europa. Así que arde
sin cesar. La savia se reseca.
Y acá construimos, nos reunimos y nos alimentamos.

12.5.11

Necrológica (Weldon Kees)

Murió Boris. El loro fatalista
ya no grita advertencias a la Avenida A.
Murió con aguacero la semana pasada.
Se lo extraña muchísimo. Su espíritu era único.

La jaula está vacía. La cadena descolgada,
sus tristes excrementos, las semillas de girasol
y la chapa de lata con su nombre son todo lo que queda.
Su cuerpito irritable yace bajo los yuyos.

Como el mundo de Eliot, se fue con un gemido;
tras días de silencio, inapetente,
veía pasar el tráfico sin prestarle atención,
mientras su mundo se desmoronaba, el corazón hecho una piedra.

No volverá a gritarles: “¡Fugaz llama, consúmete!”,
ni tampoco: “¡Muera la tiranía, muera el odio y la guerra!”,
a feligreses y empresarios atónitos.
Murió Boris. La entrada es una tumba
y una corona negra engalana la puerta.

9.5.11

Fuga (Weldon Kees)

Cuando la luz
comience a hacerse escasa,
muchos que ahora están vivos
caerán.
Al caer, la noche
apagará el deseo
y cubrirá de oscuridad
el mundo.

Aunque el sol
brille y encandile ahora,
derramando calor
sobre la piel y el pasto,
los minutos transcurren
con ritmo sostenido,
anunciando que el sol
pronto se irá.

La luz se hará tiniebla,
los vivos caerán;
el sol que encandilaba
se habrá ido.
El calor, con el sol,
desaparecerá.
Al caer, la noche
todo cubrirá.

5.5.11

Interregno (Weldon Kees)

Campesino, matá al malvado millonario,
y dejá que se pudra en medio de la plaza.
Torturá al canciller. Colgá al embajador
de los pulgares, de la agradable pared
de la embajada donde había enredaderas.
Y prepará a tus cerdos y a tus hijos para otra guerra más.

Dispará contra la muchedumbre que grita, embajador,
canciller dolorido, valiente millonario,
llamalos por sus nombres que también son tu nombre.
Privilegiá la herida, y mutilá
a quienes se resistan. Llená de gases tóxicos el aire,
y maullá por la paz, el orden y la guerra.

Mirá todo alarmado, participante, observador,
enterrado en medallas desde la última vez.
Susurrá, luego creé y serví y morí,
y cubrí el hemisferio con banderas
de acá a la India. Éste es el mundo que comprás
cuando se siente el viento fresco de la guerra.

Objetor, escondete solo en la oscuridad;
y preguntale a una granada la razón de tu vida,
o de un charco embarrado sorbé esa información.
Bajá a un abismo más terrible que la guerra
y avanzá por un túnel, buscando una barrera que te aleje
de todo aquello que la sangre impulsa.

2.5.11

Blanco en movimiento (Weldon Kees)

Cambió el tono. Aquel que acostumbraba
venir hecho un salvaje al caer la noche
hacia la casa de la luz del día,
es el mismo que ahora no le apunta
nada a ese himno que enterraron sin
paz y como si fuera un enemigo
un mal ayer. Aquel que maldecía
la tijera herrumbrada y el absurdo
alquiler eras vos; y sin embargo
no convence el elogio. He aquí un mapa
desleal para todos tus elogios.

Los monstruos aplaudidos, mientras mienten,
saltan de las ventanas de tu casa
en pos de las noticias de última hora,
acompañados de unos alaridos.
Es buena idea el crespón, también la cruz.
Pero el que acostumbraba hablar bajo una
luz sin piedad ahora enmudeció.