Ésta
soy yo, parada frente a ustedes, haciendo lo posible por llamarles la atención.
No era yo, no obstante eso, la que hace unos segundos se quitaba toda la ropa
y, a pesar del frío, en trance, levitando, hablando en lenguas, mientras giraba
sin control el cuello, les recitaba la posología del esomeprazol. Bueno, era
yo, pero en una versión sofisticada que ustedes, sin embargo, no sabrían
apreciar. La que ven, parada ahora frente a ustedes, soy yo –o al menos una
adaptación más tolerable. Miren: he aquí mi mano, con las uñas rojas, bajo los
reflectores, convenientemente rodeada por un manto negro de oscuridad. Sostiene
una galera. Al principio, pensé en tal vez sacar un conejo de adentro. O una
rosa. Pero a ustedes las rosas los aburren. Otras cosas suscitan su entusiasmo:
la sangre, por ejemplo, que es lo mismo, o casi, que las rosas. Pensé, luego,
en yo misma emerger como una Venus de la galera, apenas ataviada con un
sombrero mexicano. “Hola, soy Delores. O Diego. ¿O era The Ego, a secas? No me
acuerdo”, les diría. “¿Qué importa el nombre, al fin?”. Pero la idea, desde el
instante mismo en que empecé a concebirla, me aburrió. Y, aparte, al público
hay que darle lo que pide, siempre. De modo que aquí está, de nuevo, mi mano en
la galera. Lo que saca de su interior es medio cuerpo –el mío–, serruchado en
un corte sagital. ¿A que no se esperaban ese viejo truco? Espero que sepan
disculparme que entre la concurrencia no eligiera a alguien para asistirme. No
se puede tener todo: la sangre y el serrucho, el conejo y la rosa. Y agradezcan
que hay sangre. Aunque no mana. Forma un coágulo de rubí un poco hediondo. No
se quejen, la sangre es como el queso: cuanto más huele, etcétera. Y he ahí mi
corazón, que es como la mitad de un fruto insípido y rojo. Bueno, basta. Antes
de irme voy a mostrarles una nueva gracia. Como quien anudando globos forma
figuras –una flor, perros salchicha–, les voy a modelar con mis tendones y mis
costillas algo que parece una lira o un arpa, pero casi no suena. Esperen, que
les toco un rato una canción. Técnicamente, de hecho, se la canto a capella.
Sean pacientes. Ya falta poco. Ahí viene mi montura: ésta soy yo, trepada al
pony loco de la ansiedad. Colgada de sus crines.