El lamento de Eva (Amy Benoit)
Que todo es
vanidad y perseguir
el viento lo
supimos enseguida:
cada día
veíamos reflejada
en el arroyo
nuestra propia imagen,
y repetidas
en el otro rostro
idénticas
facciones; una brisa
nos
refrescaba el cuerpo a la mañana
y por las
noches nos brindaba abrigo.
El nuestro
era el amor de dos hermanos,
salvo que en
ese entonces no existía
lo que
llaman familia: no teníamos
padres, y si
teníamos, se habían
ido de
viaje, en un fin de semana
eterno; de
volver alguna vez
encontrarían
todo igual que antes:
inmaculado
el baño; los sillones
sin manchas;
convenientemente ocultas
las botellas
vacías. El deseo
nunca llegaba a molestarnos, no
por su falta, sino porque deseábamos
aquello que
teníamos. ¿Y vos,
por qué
deseaste de repente otra
vanidad y
otro viento? ¿Te aburría
la textura
arenosa de la fruta,
la
persistencia del conocimiento?
Que te
fuiste, se sabe. Y se borró
detrás de
vos la puerta que cruzaste.
Extrañabas
el hambre. ¿Ahora comés
o elegiste
ayunar? ¿Algo te abriga?
¿Alguien? Yo,
si querés saber, aún vivo
en el
deslumbramiento de esta zona
sin puertas:
el jardín que me dejaste.