La casa siempre es una casa nueva,
y el idioma no es casi nunca el mío.
Incluso cuando me decido a hablar,
aún no estoy preparada.
*
Tus frutas
y tus piedras,
las piedras de tus frutas,
tus bosques arruinados,
los bosques de tu ruina––
y tu desolación,
tus caballos escuálidos,
tu viento,
tus ventanas,
tus encurtidos,
tus frutillas improbables,
tus láminas de pan––
tus nudillos sangrantes
tus fuentes agotadas,
tus montañas modestas,
tus llantas arrumbadas,
lo que quedó de tu paciencia,
tu tristeza y su tráfico––
*
Me hallo en buena salud.
Me hallo en camino.
Me hallo impaciente.
Me hallo en una ciudad que todo el tiempo arrasan hasta los cimientos.
Me hallo en el baño del subsuelo de un shopping center con paneles de vidrio.
Me hallo incapaz de soportar hasta la idea de olvidar
cómo pasás tus manos sobre toda mi cara,
cómo con toda la piel de tus manos
tocás toda la piel de mi cara, como si fuera aire.
Me hallo privada de mi idioma, acá.
Me hallo molesta por el desnivel de la vereda
entre aquello que hacemos y lo que no.
Y dónde.
Y cómo tropezamos por ahí.
¿Y dónde estás?
¿En cuál estás de todos los absurdos innumerables de la intimidad,
con los que me refiero a la geografía,
a la memoria y a los aeropuertos
y al aire?
*
Las colinas desnudas
forman un arco, exhalan hacia donde
van las rutas––
el cielo quiere que
se acerquen, pero
no les permite entrar.
Las rutas son delgadas,
tensos recordatorios, arañazos
de uñas sobre la piel,
que parecen decir: “Más adelante
seguirás recordando
lo que te hice”.
*
¿Quién sos, que te chupás la sal de los dedos en casa del vecino?
¿Quién sos vos, que dormís mientras se escuchan tiros?
¿Quién sos vos, que se niega a traducir lo que escribís sobre mi espalda?
¿Quién sos vos, que llorás al insultar al policía?
¿Quién sos vos, que dejás que me levante de la mesa mientras el arroz sigue en la olla
al fuego, entre nosotros?
*
Tus escobas,
tu lavandina,
tus techos testarudos,
tus gatos y sus gritos,
el brusco volantazo de tu amabilidad,
tu desdén generoso–
tus bufandas,
tu sudor,
los eternos atajos empolvados de tu arrepentimiento––
tus tormentas de arena de deseo,
tus incendios cansinos,
tus caños de metal,
tus higos inflamados,
tus ojos rojos,
tu insistencia en ser el primero en marcharse
o el último en quedarse––
tus puertas oxidadas,
tus masas hojaldradas,
tu risa,
el cigarrillo sin filtro de tu fe––
tus funerales a la medianoche,
tus camiones furiosos,
tu furia,
tu respiración cuando dormís,
tus máscaras,
tu lujuria––
*
De pronto, nos hallamos en la cama, después de haber estado a punto de hacer algo diferente, como ir al lavadero. Pronto me hallo al borde de un precipicio a gran altura, pensando estremecida cómo será llegar al fondo ––me hallo ya casi destrozada al momento del impacto, el golpe ya se siente como un golpe, el dolor ya es dolor y la alegría, alegría––; y, temblando en las puntas de los pies de mi respiración, me hallo llorando, mi cara cerca de la tuya; tu cara de repente se parece a la mía, sólo en su desconcierto, rogándote, casi exigiéndote: “¿Cómo hago para estar donde estás vos?”.
*
La casa siempre es una casa nueva,
y las cortinas aún no están colgadas,
y duermo de manera honesta y turbia, me despierto a menudo,
sin ninguna intuición de a qué distancia
me encuentro del océano o del choque que hubo en la autopista,
de la base militar o las huertas,
o de cualquier lugar más limpio o devastado, o inundado
de buganvilias, o que tenga
un cielo más cubierto de nubes que el de acá.
Con lentitud, todo regresa a mí: paredes y rincones,
zapatos encimados, una pintura torpe,
mi cadera y su ancla, el cráter apacible
dejado por mi cráneo al sentarme derecha.
Siempre me quedo en donde estoy.
*
Se la pasan hablado de que el mundo está roto,
¿pero acaso no está riesgosamente entero,
aunque amenace siempre con quebrarse?––
los muchachos que están despatarrados y apiñados
sobre los escalones del colectivo en movimiento,
los estantes colmados, los aviones
grávidos, el pavimento solamente un modo de endurecer la piel
de la cosa, la cosa,
el aro un mero adorno
de la barrera, los grafitis tan sólo un comentario
acerca de la piedra, los meniscos de la leche
apenas un intento por imitar la olla que se calienta al fuego.
¿Dónde está el fin?
¿Qué va a ser necesario para ablandar las superficies?
¿Para quebrar los bordes?
¿Vas a ayudarme en algo?
Tomamos la cerveza del pico, derramamos
encima de la mesa espuma, que deja una película insignificante,
nos movemos rozando el mimbre de las sillas,
chocamos las rodillas mientras aguardan nuestros huesos
en la cálida vaina de sus jeans.
Los limones,
cortados por sus vientres
y puestos en un bol,
son la única genuina violación del día.
*
Tus manos en mi cara,
y la piel de tus manos en la piel de mi cara, como aire.
Tus autos oxidados,
tus sueños a los gritos,
tus uniformes,
tu basura en llamas,
tus golosinas con sabor a almendra,
tu polvo.
Tu confianza.
Tus rodillas que van palideciendo,
los callos de tus pies.
Tus cuchillos,
tus venas,
tus barricadas.
Tu té,
tu menta,
tu porro que fumás con las ventanas bien cerradas,
tus ojos bien cerrados y tus perros
envenenados, tus granadas y sus joyas
hechas jugo.
Cómo te estremecés cuando acabás,
como si fuera otra pérdida reprimida,
otra forma de gracia momentánea
e implacable, que vos no compartís.