30.12.10

La ciudad como héroe (Weldon Kees)

Para aquellos que gritan en las ruinas
Para aquellos que mueren en soledad, a oscuras
Para aquellos que van por calles derruïdas

Aquí en su noche

Las chimeneas ya no tiran humo
Estos cuadrados negros son ventanas
Cables mudos se extienden por el cielo
Quietud del aire
Bajo estrellas frías
Y junto al río seco
Un anciano sin sombra marcha solo

Sobre almohadas oscuras
Ésta es su noche

¿Qué palabras, ahora, qué respuestas?
¿Qué recuerdos, qué puertos derruïdos?

27.12.10

Esta canción es sólo esta canción (Jillian Kwon)

Esta canción es sólo esta canción,
pensás mientras la ves de espaldas irse
por la calle, arrastrando la valija
de sus padres, que rueda y da saltitos
detrás de ella. Esta canción es sólo
esta canción, pensás al ver sus rulos;
el pañuelo floreado que compró
con vos, y que era igual a otro perdido
a miles de kilómetros de ahí;
el tapadito gris que no la abriga
lo suficiente; los botines negros
que sostienen su cuerpo largo y flaco.
Esta canción es sólo esta canción,
pensás al ver cómo la mancha gris
dobla la esquina. Esta canción es sólo
esta canción. Y existe en el invierno.

23.12.10

Esta canción existe en las estrellas (Jillian Kwon)

Está canción existe en las estrellas.
Se escucha en algún lado en el espacio.

Si tratás de bajarla, se convierte
en un ancla en mitad del firmamento.

Esta canción existe en las estrellas.
Se escucha en algún lado en el vacío.

Si tratás de cantarla, se convierte
en tus palabras en la voz de otro.

Esta canción existe. Oís las notas
pero siempre te falta la canción.

20.12.10

Esta canción se autodestruirá (Jillian Kwon)

Esta canción se autodestruirá.
En algunos segundos, solamente,
mientras vos caminás bajo los árboles
y el sol te va borrando la mirada.

Esta canción se autodestruirá.

16.12.10

Traductor invitado

ALEJANDRO CROTTO TRADUCE A ALFRED LORD TENNYSON



ULYSSES


Nada se gana con que yo, un ocioso
rey junto al fuego quieto del hogar,
rodeado de estériles peñascos,
casado con una mujer ya vieja,
sea el encargado de regir y darles
leyes injustas a este pueblo tosco
que acumula y engorda y que se duerme,
y que no me conoce. Yo no puedo
dejar ya de viajar, voy a beberme
hasta la última gota de la vida:
he disfrutado y he sufrido mucho,
ya sea con aquellos que me amaron
o solo junto al mar, y también cuando
las consteladas ninfas de la lluvia
con ráfagas violentas agitaban
las aguas negras. Yo me hice de un nombre;
de tanto andar con corazón hambriento
mucho vi y conocí: muchas ciudades
y costumbres, y climas, gobernantes,
y no fui despreciado, sino honrado
en todas ellas, y probé el licor
de la feroz batalla, entre mis pares,
lejos, en las llanuras resonantes
de la ventosa Troya. Pertenezco
a todo lo que he visto, y sin embargo
mi experiencia es un arco en el que brilla
un mundo adonde no he viajado aún
y que se aleja siempre que yo avanzo.
¡Qué tedioso poner punto final,
hacer un alto y oxidarse, opaco,
sin relucir brillante por el uso!
¡Como si simplemente respirar
fuera vivir! Cuando una vida, y otra,
y otra después, sería insuficiente.
Ya de la mía va quedando poco,
pero cada hora nueva queda a salvo
del eterno silencio, y además
siempre trae algo nuevo; mala cosa
me sería ocultar mi alma ya gris
pero que se consume en el anhelo
de seguir aprendiendo, como quien
una estrella persigue más allá
del último confín del pensamiento.

Éste es Telémaco, mi propio hijo;
queda a cargo del cetro y de la isla;
siempre lo quise bien, y es criterioso
para llevar a término la empresa
de hacer de este salvaje pueblo un pueblo
civilizado y apacible, poco
a poco, con prudencia, conduciéndolo
a lo que es bueno y útil. Intachable,
abocado a la esfera de lo público,
él no descuidará los dulces ritos
y adorará los Lares de mi casa
cuando yo me haya ido. Que haga él
lo suyo, su trabajo. Yo lo mío.

Ahí está el puerto; el viento hace flamear
las velas de la nave. Ahí brilla oscuro
el ancho mar. ¡Tripulación! Ustedes,
almas que se esforzaron, trabajaron
y pensaron conmigo, almas que siempre
recibieron con júbilo los truenos
o los rayos del sol, siempre oponiéndoles
sus corazones y sus frentes libres –
ustedes ya son viejos, como yo;
pero hay honor en la vejez, trabajos
que realizar en la vejez. La muerte
se cierra sobre todo, pero antes
algún trabajo noble puede hacerse,
algo que no sea indigno de los hombres
que lucharon con dioses. Ya comienzan
las luces a brillar desde las rocas,
termina el día, asciende ya la luna,
sosegados lamentos nos rodean…
No es nunca demasiado tarde, amigos,
para buscar un mundo nuevo, ¡vamos!,
soltemos las amarras, castiguemos
bien dispuestos las ondas murmurantes;
deseo navegar aun más allá
de donde cae el sol, donde se bañan
las múltiples estrellas de Occidente,
hasta que muera. A lo mejor el mar
nos hunde en sus abismos, o quizá
lleguemos a las Islas Venturosas
y veamos de nuevo al gran Aquiles.
Aunque mucho se ha ido, mucho queda,
y aunque ya no tengamos esa fuerza
que en los días pasados sacudió
cielos y tierra, esto que somos, somos:
un mismo ardor de heroicos corazones
menguado por el tiempo y el destino
pero determinado a combatir,
a buscar y encontrar, y no rendirse.

13.12.10

Mantra de despedida (LeRoy S. Davis)

El corazón está donde no está el hogar.
Y un único deseo: no haber sabido nunca.

9.12.10

Parábola del arroyo (Robert Bringhurst)

Amor, él los había visto
antes, sabía que allí estaban,
desperdigados, relucientes.
Ahora en el arroyo
límpido de tu carne
está cribando huesos.

6.12.10

Parábola de las arpas (Robert Bringhurst)

Amor, en el tambor del corazón
hay cascos de caballos: el caballo
muscular, el caballo de los huesos.

En la flauta del hueso están las voces
de los peces: los peces del estómago,
los peces de los dedos y las extremidades.

Amor, en el arroyo de las extremidades
nadamos con los peces y vadeamos
montados a un caballo que echa espuma.

Amor, en esta cama llena de caballos
y de peces, les traigo a los cuencos sonoros
de tus pechos las arpas de mis manos.

2.12.10

Parábola de las voces (Robert Bringhurst)

Detrás del corazón
hay un músico sordo
que golpea un tambor
roto; mira a los animales
atravesar de un salto
el aro de nuestra voz.

Es otra tierra, el aire,
llena de madrigueras:
los animales entran
y salen por las puertas
de nuestra voz. En nuestra voz se arrojan
en clavado los pájaros acuáticos.