28.6.10

Esta mano viviente (John Keats)

Esta mano viviente que ahora, tibia,
es capaz de contacto franco y firme,
si, en el silencio helado de la tumba,
yaciera fría, habría de perseguirte
día y noche, aterrándote hasta en sueños,
tanto que desearías que tu propio
corazón se secara de su sangre,
de modo que otra vez la roja vida
fluyera por mis venas, y con ello
recobraras la calma. Acá tenés,
te la estoy ofreciendo.

24.6.10

Acá tenés mis ropas negras (Louise Glück)

Ahora pienso que es mejor no amar a nadie
que amarte a vos. Acá tenés mis ropas negras,
los fatigados camisones y las batas
rotos en tantas partes. ¿Por qué tendrían que colgar inútiles,
como si fuera a andar desnuda por ahí? Te gustaba bastante
de negro; te regalo estos objetos.
Vas a querer tocarlos con la boca,
recorrer con los dedos la delicada tela
de mi ropa de cama, que en esta nueva vida
no necesitaré.

21.6.10

Septiembre de 1961 (Denise Levertov)

Éste es el año en que nuestros mayores,
los grandes de verdad,
nos dejan solos en el medio de la ruta.

La ruta lleva al mar. En los bolsillos
guardamos las palabras, indicaciones crípticas.
Se llevaron consigo los mayores

la luz de su presencia, y la vemos moverse
en la cima de un monte
y perderse a un costado.

No es que se estén muriendo;
sólo se han retirado
a una dolorosa intimidad,

y deben aprender a vivir sin palabras.
E. P. “Se parece a morir.” Williams: “Yo no podría
describirte las cosas que han estado

sucediéndome”.
H.D.: “No puedo hablar”.
La oscuridad

se retuerce en el viento, son menudas
las estrellas, y tiñe el horizonte una confusa niebla
luminosa que la ciudad proyecta.

Dijeron que
la ruta lleva al mar,
y nos pusieron

el lenguaje en las manos.
Oímos
nuestros pasos cada vez que un camión

nos pasa por al lado, encandilándonos,
para dejarnos luego en silencio otra vez.
No se puede llegar

al mar por esta ruta
interminable, a menos que al final
uno se aparte de ella

y siga –eso parece-
al búho que, callado,
revolotea de acá para allá,
y que se interna luego en la espesura.

Pero para nosotros
la ruta se despliega por sí sola, contamos las palabras
que tenemos guardadas aún en los bolsillos,

nos preguntamos cómo será en su ausencia todo,
seguimos caminando, sabemos que nos queda
mucho por recorrer,

a veces nos parece que la noche nos trae
el aroma del mar…

17.6.10

La hora tardía (Mark Strand)

Un hombre va camino a la ciudad,
mientras que detrás suyo sopla una débil brisa
que huele a tierra y al verdor desnudo de los árboles.

Él va arrastrando el peso de su pasión como si nada
hubiese terminado, como si la mujer, que ahora está en la cama
acurrucada al lado de su amante, lo siguiera queriendo.

Ella está aún despierta, y mira cómo las cicatrices de la luz
se quedan atrapadas en los cristales.
Él viene a su ventana y se pone a llamarla;

se la pasa llamándola toda la noche pero no pasa nada.
Va a volver a pasar, él va a ir a buscarla donde quiera que esté.
Se va a apostar de nuevo bajo su ventana y se va a imaginar

que sus ojos se abren en la oscuridad,
va a ver cómo se acerca a la ventana y mira para abajo.
Ella va a estar despierta una vez más al lado de su amante

y va a escuchar su voz que llega de algún lado en medio de lo oscuro.
Es la hora tardía una vez más, la luna y las estrellas,
heridas de la noche que sanan sin un ruido,

de nuevo el luminoso viento de la mañana que viene antes que el sol.
Y, finalmente, sin esperarlo ni desearlo,
el desenlace solitario y anodino.

14.6.10

La predicción (Mark Strand)

Esa noche, la luna rielaba en el estanque,
transmutando las aguas en leche, mientras bajo
las copas de los árboles, los árboles azules,

marchaba una mujer, que de repente vio
ante sí su futuro: la lluvia que caía
sobre la tumba de su marido; la lluvia
cayendo en los jardines de sus hijos; su boca
que se llenaba de aire frío; desconocidos

mudándose a su casa; un hombre que, en su cuarto,
escribía un poema; la luna que rielaba
en los cristales; una mujer marchando bajo
los árboles, pensando en su muerte, pensando
en él pensando en ella; y el viento que soplaba,
se llevaba la luna y oscurecía el papel.

10.6.10

Uno de José Ángel Valente

CON PALABRAS DISTINTAS



La poesía asesinó un cadáver,
decapitó al crujiente
señor de los principios principales,
hirió de muerte al necio,
al fugaz señorito de ala triste.
Escupió en su cabeza.
No hubo tiros.
Si acaso, sangre pálida,
desnutrida y dinástica
o el purulento suero de los siempre esclavos.
Cayeron de sí mismas
varias pecheras blancas en silencio.
Se abrió el horizonte. Sonó el látigo
improvisado y puro.
Hubo un revuelo entre los mercaderes
del profanado templo.
Ya después del tumulto
llegaron retrasadas cuatro vírgenes
de manifiesta ancianidad estéril.
Mas todo estaba consumado.
Huyó la poesía
del ataúd y el cetro.
Huyó a las manos
del hombre duro, instrumental, naciente.
que a la pasión directa llama vida.
Se alzó en su pecho, paseó en sus barrios
suburbanos y oscuros,
gustó el sabor del barro o de su origen,
la obstinación del mineral,
la luz del brazo armado.
Y vino a nuestro encuentro,
con palabras distintas, que no reconocimos,
contra nuestras palabras.

7.6.10

De la fiesta larga y triste (Mark Strand)

Alguien decía algo
sobre cómo las sombras cubren el campo, sobre
cómo pasan las cosas, sobre cómo se duerme en dirección
a la mañana, y la mañana pasa.

Alguien decía cómo
el viento amaina, pero luego vuelve,
cómo los caracoles son ataúdes del viento,
pero el clima persiste.

Fue una noche muy larga
y alguien dijo algo sobre cómo la luna baña con su luz blanquecina
el frío campo, y que no había nada en el futuro
sino más de lo mismo.

Alguien habló
de una ciudad en la que había estado antes de la guerra,
de un cuarto con dos velas contra una pared, de alguien que bailaba,
de alguien que miraba. Empezamos a creer

que la noche no iba a terminar.
Alguien decía que la música se había acabado y nadie se había dado cuenta.
Entonces alguien dijo algo sobre los planetas y sobre las estrellas,
sobre qué chicos son, y qué lejanos.

3.6.10

La historia (Mark Strand)

Es la historia de siempre: quejarse de la luna
que se hunde en el océano, de las estrellas que se apagan
con la primera luz, del césped húmedo
de rocío, del césped que se tiñe de plata, del frío césped.

Sigue y sigue: un hombre mira fijo
su sombra y dice que es él mismo hecho ceniza
que se desprende y cae, y dice que en verdad
sus días son los agujeros negros que hay en el espacio.
Pero no es cierto nada de esto.

Vos sabés de cuál hablo: es la de los minutos que agonizan,
las horas y los años; es la historia que cuento sobre mí,
sobre vos, sobre todos los demás.