Magdaleno en movimiento (Robin Myers)
A pesar de que tiene solamente una pierna,
un brazo que termina en la mitad
de aquello que promete y una mano
cuya ambición se quedó trunca en los nudillos,
casi nunca está quieto: usando de muletas
los codos, se levanta de su silla;
y alzando todo el peso de su torso
sube cada escalón de una escalera
y se vuelve a sentar. Así, debe elevarse antes
de posarse otra vez: a fin de cuentas
es obediente de la gravedad, aunque le cause sufrimiento. Come.
Agarra el vaso entre el brazo inconcluso
y la mano que ahora es un puño para siempre,
y limpia el plato con el pan. Su boca
es inquieta y severa. Se abre. Aguarda.
Yo antes solía pensar que el cuerpo no podía
sino ser un vehículo para su movimiento, o viceversa.
Me parecía que esta indistinción no era solamente lo que pone
en movimiento la muñeca de la bailarina
como una cinta sobre su cabeza,
sino lo que nos hace creer que esto es así.
Y sin embargo, Magdaleno sabe que somos gesto y nunca gracia,
sino función. Se quita el sombrero y se seca el sudor valiéndose del miembro
que ha improvisado con lo que ya no lo es,
los músculos tirantes más a fuerza de empeño que de músculo,
con la insistencia de la utilidad que las cosas debieran de tener–
y tienen, en efecto: con sus manos sin manos,
que siguen a la búsqueda de algo, empujando, agarrando,
romas sus puntas por la fuerza misma
de su propia intención.
un brazo que termina en la mitad
de aquello que promete y una mano
cuya ambición se quedó trunca en los nudillos,
casi nunca está quieto: usando de muletas
los codos, se levanta de su silla;
y alzando todo el peso de su torso
sube cada escalón de una escalera
y se vuelve a sentar. Así, debe elevarse antes
de posarse otra vez: a fin de cuentas
es obediente de la gravedad, aunque le cause sufrimiento. Come.
Agarra el vaso entre el brazo inconcluso
y la mano que ahora es un puño para siempre,
y limpia el plato con el pan. Su boca
es inquieta y severa. Se abre. Aguarda.
Yo antes solía pensar que el cuerpo no podía
sino ser un vehículo para su movimiento, o viceversa.
Me parecía que esta indistinción no era solamente lo que pone
en movimiento la muñeca de la bailarina
como una cinta sobre su cabeza,
sino lo que nos hace creer que esto es así.
Y sin embargo, Magdaleno sabe que somos gesto y nunca gracia,
sino función. Se quita el sombrero y se seca el sudor valiéndose del miembro
que ha improvisado con lo que ya no lo es,
los músculos tirantes más a fuerza de empeño que de músculo,
con la insistencia de la utilidad que las cosas debieran de tener–
y tienen, en efecto: con sus manos sin manos,
que siguen a la búsqueda de algo, empujando, agarrando,
romas sus puntas por la fuerza misma
de su propia intención.