Ahora –––Tía Rose––– podría verte
con tu carita flaca y tus dientitos de conejo y el dolor
del reuma –––y un zapato largo, pesado y negro
en tu huesuda pierna izquierda,
rengueando por el largo corredor alfombrado, allá en Newark,
pasando el piano negro
de cola, en esa misma habitación,
donde se hacían las fiestas
y en la que yo cantaba himnos republicanos de la Guerra Civil
Española, con voz chillona y muy aguda
(fuera de mí), mientras el comité
me escuchaba cantar,
y vos rengueabas por la habitación
recogiendo el dinero-––
la tía Honey, el Tío Sam, alguien desconocido que tenía una insignia
de tela en el bolsillo
de la Brigada Lincoln
y una cabeza calva enorme y joven
–––tu triste cara larga,
tus lágrimas de frustración sexual
(qué llantos sofocados y caderas huesudas
debajo de la almohada de Osborne Terrace)
aquella vez que me senté en el inodoro, totalmente desnudo,
mientras vos me rociabas loción de calomina en la entrepierna
contra la hiedra venenosa ––mis tiernos
vergonzosos vellos primerizos, morenos y rizados,
qué estarías pensando, secretamente en tu alma,
ahora que ya me conocías como hombre–––
y yo era una ignorante muchachita de silencio familiar en el delgado
pedestal de mis piernas en el baño –––el Museo de Newark.
Tía Rose
Hitler murió, Hitler está en la Eternidad; Hitler está con
Tamerlán y Emily Brontë
Aunque te veo todavía, caminando espectral por Osborne Terrace,
atravesando el largo y oscuro corredor hacia la puerta de calle,
rengueando un poco, una sonrisa dolorida dibujada en la cara,
enfundada en lo que debe haber sido un vestido de seda
estampado con flores
recibiendo al Poeta, mi papá, en su visita a Newark
–––te veo llegar al living
y bailotear sobre tu pierna mala
y festejar con un aplauso
que le hubiera aceptado publicar su libro
el editor de Liveright.
Hitler murió, y Liveright fue a la quiebra
El desván del pasado y El minuto infinito se agotaron
El tío Harry ya vendió su último par de medias de seda
Claire dejó de asistir a la escuela de danza interpretativa
Buba se pasa el día sentada en un Asilo para Ancianas,
como si fuera un monumento todo lleno de arrugas,
parpadeándoles a los bebés recién nacidos
te vi en el hospital, la última vez,
el cráneo blanquecino sobresalía de la piel color ceniza
muchachita de venas azules inconsciente en una carpa
de oxígeno la guerra
en España hace mucho terminó
Tía Rose.