Musée des Beaux Arts (W. H. Auden)
Sobre el dolor jamás se equivocaban
los Antiguos Maestros: comprendían muy bien
su expresión en el hombre; cómo ocurre
mientras algún tercero está comiendo, o abriendo una ventana
o simplemente caminando por ahí;
cómo, mientras que los ancianos esperan con pasión y reverencia
el nacimiento milagroso, siempre debe haber chicos
sin interés particular porque aquello suceda, patinando
en un lago adonde empieza el bosque:
y tampoco olvidaban
que el terrible martirio debía seguir su curso,
aun en otra parte, en un rincón mugriento
donde los perros siguen con su vida perruna y el caballo del torturador
se rasca su inocente trasero en algún árbol.
Por ejemplo, en el Ícaro de Brueghel: cómo cada elemento
da la espalda al desastre despreocupadamente; quizás el labrador
escuchó el chapuzón, el grito ahogado,
pero eso para él no era motivo de inquietud; el sol brillaba
como debía brillar sobre las piernas blancas que desaparecían
bajo las aguas verdes; y ese barco, tan caro y elegante,
que ha de haber asistido a algo asombroso, un chico desplomándose del cielo,
tenía que llegar a algún lugar, y siguió navegando mansamente.
los Antiguos Maestros: comprendían muy bien
su expresión en el hombre; cómo ocurre
mientras algún tercero está comiendo, o abriendo una ventana
o simplemente caminando por ahí;
cómo, mientras que los ancianos esperan con pasión y reverencia
el nacimiento milagroso, siempre debe haber chicos
sin interés particular porque aquello suceda, patinando
en un lago adonde empieza el bosque:
y tampoco olvidaban
que el terrible martirio debía seguir su curso,
aun en otra parte, en un rincón mugriento
donde los perros siguen con su vida perruna y el caballo del torturador
se rasca su inocente trasero en algún árbol.
Por ejemplo, en el Ícaro de Brueghel: cómo cada elemento
da la espalda al desastre despreocupadamente; quizás el labrador
escuchó el chapuzón, el grito ahogado,
pero eso para él no era motivo de inquietud; el sol brillaba
como debía brillar sobre las piernas blancas que desaparecían
bajo las aguas verdes; y ese barco, tan caro y elegante,
que ha de haber asistido a algo asombroso, un chico desplomándose del cielo,
tenía que llegar a algún lugar, y siguió navegando mansamente.