30.11.06

Hor. Carm. I. 11

No preguntes, Leucónoe (pues saberlo no es lícito),
qué fin a vos o a mí nos han dado los dioses,
ni intentes consultar cálculos babilonios.
¡Cuánto mejor será soportar lo que venga!
Ya Júpiter te otorgue numerosos inviernos
o solamente el último, que ahora debilita
al mar Tirreno contra las rocas de la costa,
sé prudente, los vinos filtrá, y porque es breve
el plazo no te hagas esperanzas muy largas.
Huirá, mientras hablamos, envidiosa, la vida:
cortá la flor del día sin creer en el mañana.

27.11.06

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25.11.06

Uno de Federico García Lorca

NEW YORK

(OFICINA Y DENUNCIA)

A Fernando Vela


Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer?, ¿ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

8.11.06

Lolita (Vladimir Nabokov)

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un trayecto en tres etapas a través del paladar e impacta, en la tercera, contra los dientes. Lo. Li. Ta.

Era Lo, Lo a secas, de mañana, con su metro cincuenta y una sola media. Era Lola en pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores sobre la línea punteada. Pero en mis brazos, era siempre Lolita.

¿Si tuvo una precursora? Sí, sí que la tuvo. De hecho, quizás no habría existido Lolita para mí si yo no hubiera amado, un verano, a cierta niña iniciática. En un principado junto al mar. ¿Que cuándo? Casi tantos años antes de que Lolita naciera como tenía yo ese verano. Siempre se puede esperar de un asesino una prosa elegante.

Damas y caballeros del jurado, la prueba número uno es lo que los serafines, los malinformados e ingenuos serafines con sus nobles alas, envidiaban. Miren esta corona de espinas.