HERNÁN BRAVO VARELA TRADUCE A GERALD MANLEY HOPKINS
LA VIRGEN BENDITA COMPARADA CON EL AIRE QUE RESPIRAMOS
Aire agreste, nodrizo aire del mundo
que por doquier me anida,
que las pestañas o el cabello
ciñe; que marcha a casa entreverando
el más delgado y delicadamente delineado
copo de nieve; que con derecho está
mezclado, incógnito, y se interna
en la vida de cada cosa mínima;
este preciso pero inagotable
y preocupado elemento;
mi más que los manjares y bebidas,
mi merienda cada vez que parpadeo;
aire que, por precepto de este paso,
mi pulmón debe tomar y tomar
para alentar ahora sus elogios,
me hace memoria en muchas formas
de aquélla que no sólo
diera a la infinidad de Dios
disminuida hasta la infancia
bienvenida en el vientre y en el seno,
salida, leche y todo lo restante
sino que alumbra cada gracia nueva
que ahora espera nuestra especie—
María Inmaculada,
mera mujer, pero
cuya presencia tiene poder
mayor que en muchas diosas
sonara o se soñara; quien
esta sola obra debe realizar—
deja pasar Su gloria,
gloria de Dios que habría de dar paso
por ella y desde ella fluir
total, y de este modo únicamente.
Yo digo que nosotros estamos navegados
por todas partes de misericordia
como si fuese aire; lo mismo
con María, más de nombre.
Ella, rabiosa red, realzada túnica,
cubre al planeta pecador
desde que Dios dejó que dispensase
Su providencia con plegarias:
no, mucho más que limosnera,
es ella el dulce ser de la limosna
y los hombres deben honrarla compartiendo
su vida cual la vida con el aire.
Si lo he entendido bien,
ella manda maternidad altísima
sobre toda nuestra fantasmal fortuna
y lanza con gracia su parte
en torno al corazón latente de los hombres,
aplastando, como diluvio delicado de aire,
la danza del desahucio en su sangre;
aunque ninguna parte que no sea
sino de Cristo nuestro Salvador.
Él tomó de ella su carne:
la toma cada vez más nueva y nueva,
si bien mucho el misterio es cómo,
ya no carne sino espíritu
y erige, ¡oh Excelente!
nuevas Nazaret en nosotros,
donde ella está por concebirlo aún
de mañana, de tarde y por la noche;
nuevos Belén, y él brote
allí, de tarde, noche y de mañana—
—Belén o Nazaret,
aquí los hombres muestren respirar
más Cristo y rechazar la muerte;
quien, así nacido, viene a hacerse
un nuevo ser y un yo más noble
en uno y cada uno
muestra más, cuando termina todo,
ser el hijo de Dios y de María.
Miren de nuevo arriba
cómo el aire es azul;
¡oh cómo! No hagan nada sino estar
donde se pueda levantar la mano
al firmamento: espeso, espeso lame
los cuatro huecos que hay entre los dedos.
Pero tal sacudida de zafiro,
cargado, saturado cielo, no
manchará la luz. Sí, asómbrense:
no causa ningún daño.
Los días de un azul cristal son ésos
en que cada color brilla,
cada silueta y sombra sale.
Azul sea: este cielo azul
el siete o siete veces siete
matizado rayo de sol habrá de transmitirlo
perfecto, sin alteraciones.
O si allí se asoma suave,
en cosas cautas, altas,
repunta los respiros, por un respiro más
la Tierra es la que triunfa en atractivo.
Si el aire no creara
este alud de azul y apagase
su fuego, se sacudiría el sol,
enojada y enceguecida esfera
envuelta en negrura, y todas
las densas estrellas rodarían enrollándolo,
parpadeando cual pizcas de carbón,
magma de cuarzo o centellas de sal
en mugrienta y vasta bóveda.
Así Dios fue dios de antiguo:
una madre compareció para moldear
esos miembros que son, como los nuestros,
lo que deben dejar a nuestra estrella matutina
mejor amada por el hombre;
cuya gloria desnuda cegaría
o alcanzaría al menos la inteligencia de los individuos.
Por medio de ella podemos verlo a él
más dulce, no apagado,
y la mano de la madona libra la luz
cernida para sentarle a nuestros ojos.
Sé entonces tú, oh tú tierna
Madre, mi atmósfera;
mi dichoso mundo, donde
siga el camino sin encontrar pecado;
sobre mí, en derredor, yaz
enfrentando mis ojos entornados
a un sabroso y suave cielo;
agítate en mi oído, habla allí
del amor de Dios, oh dinámico aire,
de paciencia, penitencia y plegaria:
materno aire del mundo, aire indómito,
embalado contigo, aislado en ti,
dale techo a tu hijo, corta el trecho.