29.9.06

Uno de Néstor Perlongher

EL POLVO



En esta encantadora soledad
-oh claro, estabas sola!-
en esta enhiesta, insoportable inercia
es ella, es él, siempre de a uno, lo que esplende
ella, su vaporosa mansedumbre o vestido
él, su manera de tajear los sábados, la mucilaginosa telilla de los sábados
la pared de los patios rayada por los haces de una luz encendida a deshora
ceniciento el terror, ya maculado, untuoso en esas buscas a través de los charcos
los chancros repetidos, esos rastreos del pavor por las mesetas del hechizo
rápidamente roto
esos destrozos recurrentes de un espejo en la cabeza de otro espejo
o esos diálogos:
"Ya no seré la última marica de tu vida", dice él
que dice ella, o dice ella, o él
que hubiera dicho ella, o si él le hubiera dicho:
"Seré tu último chongo" -y ese sábado
espeso como masacre de tulipanes, lácteo
como la leche de él sobre la boca de ella, o de los senos
de ella sobre los vellos de su ano, o un dedo en la garganta
su concha multicolor hecha pedazos en donde vuelcan los carreros residuos
de una penetración: la de los penes truncos, puntos, juncos, la de los penes juntos
en su hondura -oh perdido acabar
albur derrame el de ella, el de él, el de ellaél o élella
con sus trepidaciones nauseabundas y su increíble gusto por la asquerosidad
su coprofagia


Ella depositaba junto al pubis cofres de oro amarillo, joyas de los piratas
fruto de sus deposiciones y repuestos
y él era su manera de uncirse los zafiros y calzarse los aros en su verga
aquella corva y justa, espamentosa, cuya prestancia enrula las praderas de piel, el infinito poro
oh erupciones de un huracán canalizado, como rayos miméticos o eructos de una empolvada saciedad
Su maquillaje
eran los bultos que en los días de feria exhiben los gitanos
halándolos desde las carpas de las tribus;
su sombra de los párpados
eran esas ojeras tormentosas de las noches de fiesta tropicales y cuando, tras sus fornicaciones simultáneas, sus rítmicos jaleos y sus exhalaciones de almidón y sus pedos, sus dulcísimos pedos
desleída la aurora en la polvera, nada
ni nadie pasa

24.9.06

Traductor invitado

SAN JUAN DE LA CRUZ TRADUCE EL SALMO 136



Encima de las corrientes
que en Babilonia hallava
allí me senté llorando
allí la tierra regava
acordándome de ti
¡o Sión! a quien amava
era dulce tu memoria,
y con ella más llorava.
Dexé los traxes de fiesta
los de trabaxo tomava
y colgué en los verdes sauzes
la música que llevaba
puniéndola en esperança
de aquello que en ti esperava.
Allí me hyrió el amor
y el coraçón me sacava.
Díxele que me matase
pues de tal suerte llagava
yo me metía en su fuego
sabiendo que me abrasava
desculpando el avezica
que en el fuego se acababa
estávame en mí muriendo
y en ti solo respirava
en mí por ti me moría
y por ti resucitava
que la memoria de ti
daba vida y la quitava.
Gozábanse los estraños
entre quien cautivo estava.
Preguntávanme cantares
de lo que en Sión cantava
"Canta de Sión un hynno
veamos cómo sonava.
"Dezid, ¿cómo en tierra ajena
donde por Sión llorava
cantaré yo la alegría
que en Sión se me quedava?
Echaríala en olbido
si en la ajena me gozava.
Con mi paladar se junte
la lengua con que hablava
si de ti yo me olbidare
en la tierra do morava.
Sión por los verdes ramos
que Babilonia me dava
de mí se olbide mi diestra
que es lo que en ti más amava
si de ti no me acordare
en lo que más me gozava
y si yo tuviere fiesta
y sin ti la festejava.
¡O hija de Babilonia
mísera y desventurada!
Bienaventurado era
aquel en quien confiava
que te a de dar el castigo
que de tu mano llevava
y juntará sus pequeños
y a mí, porque en ti esperava
a la piedra que era Christo
por el qual yo te dexaba.


Debetur soli gloria vera Deo

19.9.06

Traductor invitado

FRANCISCO DE QUEVEDO TRADUCE A JOACHIM DU BELLAY




NOUVEAU VENU, QUI CHERCHES ROME EN ROME (Joachim du Bellay)

Nouveau venu, qui cherches Rome en Rome
Et rien de Rome en Rome n'aperçois,
Ces vieux palais, ces vieux arcs que tu vois,
Et ces vieux murs, c'est ce que Rome on nomme.

Vois quel orgueil, quelle ruine : et comme
Celle qui mit le monde sous ses lois,
Pour dompter tout, se dompta quelquefois,
Et devint proie au temps, qui tout consomme.

Rome de Rome est le seul monument,
Et Rome Rome a vaincu seulement.
Le Tibre seul, qui vers la mer s'enfuit,

Reste de Rome. O mondaine inconstance!
Ce qui est ferme, est par le temps détruit,
Et ce qui fuit, au temps fait résistance.


A ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS (Francisco de Quevedo)

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí propio el Aventino.

Yace, donde reinaba, el Palatino;
y limadas del tiempo las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que blasón latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura.

11.9.06

Uno de Abigael Bohórquez

LLANTO POR LA MUERTE DE UN PERRO



Hoy me llegó una carta de mi madre
y me dice, entre otras cosas: –besos y palabras-
que alguien mató a mi perro

“ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo,
-me cuenta-,
y se fue tras de su alma
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado.
No supimos la causa de su sangre,
llegó chorreando angustia,
tambaleándose,
arrastrándose casi con su aullido,
como si desde su paisaje desgarrado hubiera
querido despedirse de nosotros;
tristemente tendido quedó
-blanco y quebrado-,
a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.
Lo hemos llorado mucho...”
Y, ¿por qué no?
yo también lo he llorado;
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro que habla,
y engaña, y ríe, y asesina.
Mi perro siendo perro no mordía.
Mi perro no envidiaba ni mordía.
No engañaba ni mordía.
Como los que no siendo perros descuartizan,
destazan,
muerden
en las magistraturas,
en las fábricas,
en los ingenios,
en las fundiciones,
al obrero,
al empleado,
al mecanógrafo,
a la costurera,
hombre, mujer,
adolescente o vieja.

Mi perro era corriente,
humilde ciudadano del ladrido-carrera,
mi perro no tenía argolla en el pescuezo,
ni listón ni sonaja,
pero era bullanguero, enamorado y fiero.
A los siete años tuve escarlatina,
y por aquello del llanto y el capricho
de estar pidiendo dinero a cada rato,
me trajeron al perro de muy lejos
en una caja de zapatos. Era
minúsculo y sencillo como el trigo;
luego fue creciendo admirado y displicente
al par que mis tobillos y mi sexo;
supo de mi primera lágrima:
la novia que partía,
la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;
supo de mi primer poema balbuceante
cuando murió la abuela;
el perro fue en su tiempo de ladridos
mi amigo más amigo.
“Ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo
-dice mi madre-
y se fue tras de su alma –los perros tienen alma:
un alma mojadita como un trino-
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado...”
Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro
que habla,
y extorsiona,
y discrimina,
y burla;
mi perro era corriente,
pero dejaba un corazón por huella;
no tenía argolla ni sonaja,
pero sus ojos eran dos panderos;
no tenía listón en el pescuezo,
pero tenía un girasol por cola
y era la paz de sus orejas largas
dos lenguas
de diamantes.

5.9.06

Fabricame una máscara (Dylan Thomas)

Fabricame una máscara y un muro que detenga a tus espías
de penetrantes ojos esmaltados y garras telescópicas,
estupro y rebelión en las habitaciones de los niños de mi rostro;
una mordaza de árbol caído que sujete a enemigos desnudos,
a la lengua de bayoneta en este rezo desguarnecido
a la boca presente, y a la dulce trompeta del engaño;
ataviada en antigua armadura, y en roble, la aprobación de un tonto,
para usarla de escudo contra la inteligencia esplendorosa,
y sembrar confusión entre los jueces examinadores;
y el viudo lamentar, manchado por las lágrimas,
curvado al descender por las pestañas
para disimular la belladonna y que los ojos secos perciban
cómo otros traicionan las mentiras plañideras de sus pérdidas
con el doblez de la desnuda boca o la risa en la manga.

2.9.06

Habitación (Margaret Atwood)

El matrimonio no es
como una casa, ni siquiera una tienda de campaña

sino una fase previa, algo más frío:

El límite del bosque, donde empieza
el desierto
las escaleras despintadas
de la entrada trasera, en donde nos sentamos
en cuclillas, al fresco, y comemos pochoclo

donde penosamente, y con sorpresa
de haber sobrevivido hasta
este punto

estamos aprendiendo a hacer el fuego