Uno de Néstor Perlongher
EL POLVO
En esta encantadora soledad
-oh claro, estabas sola!-
en esta enhiesta, insoportable inercia
es ella, es él, siempre de a uno, lo que esplende
ella, su vaporosa mansedumbre o vestido
él, su manera de tajear los sábados, la mucilaginosa telilla de los sábados
la pared de los patios rayada por los haces de una luz encendida a deshora
ceniciento el terror, ya maculado, untuoso en esas buscas a través de los charcos
los chancros repetidos, esos rastreos del pavor por las mesetas del hechizo
rápidamente roto
esos destrozos recurrentes de un espejo en la cabeza de otro espejo
o esos diálogos:
"Ya no seré la última marica de tu vida", dice él
que dice ella, o dice ella, o él
que hubiera dicho ella, o si él le hubiera dicho:
"Seré tu último chongo" -y ese sábado
espeso como masacre de tulipanes, lácteo
como la leche de él sobre la boca de ella, o de los senos
de ella sobre los vellos de su ano, o un dedo en la garganta
su concha multicolor hecha pedazos en donde vuelcan los carreros residuos
de una penetración: la de los penes truncos, puntos, juncos, la de los penes juntos
en su hondura -oh perdido acabar
albur derrame el de ella, el de él, el de ellaél o élella
con sus trepidaciones nauseabundas y su increíble gusto por la asquerosidad
su coprofagia
Ella depositaba junto al pubis cofres de oro amarillo, joyas de los piratas
fruto de sus deposiciones y repuestos
y él era su manera de uncirse los zafiros y calzarse los aros en su verga
aquella corva y justa, espamentosa, cuya prestancia enrula las praderas de piel, el infinito poro
oh erupciones de un huracán canalizado, como rayos miméticos o eructos de una empolvada saciedad
Su maquillaje
eran los bultos que en los días de feria exhiben los gitanos
halándolos desde las carpas de las tribus;
su sombra de los párpados
eran esas ojeras tormentosas de las noches de fiesta tropicales y cuando, tras sus fornicaciones simultáneas, sus rítmicos jaleos y sus exhalaciones de almidón y sus pedos, sus dulcísimos pedos
desleída la aurora en la polvera, nada
ni nadie pasa
En esta encantadora soledad
-oh claro, estabas sola!-
en esta enhiesta, insoportable inercia
es ella, es él, siempre de a uno, lo que esplende
ella, su vaporosa mansedumbre o vestido
él, su manera de tajear los sábados, la mucilaginosa telilla de los sábados
la pared de los patios rayada por los haces de una luz encendida a deshora
ceniciento el terror, ya maculado, untuoso en esas buscas a través de los charcos
los chancros repetidos, esos rastreos del pavor por las mesetas del hechizo
rápidamente roto
esos destrozos recurrentes de un espejo en la cabeza de otro espejo
o esos diálogos:
"Ya no seré la última marica de tu vida", dice él
que dice ella, o dice ella, o él
que hubiera dicho ella, o si él le hubiera dicho:
"Seré tu último chongo" -y ese sábado
espeso como masacre de tulipanes, lácteo
como la leche de él sobre la boca de ella, o de los senos
de ella sobre los vellos de su ano, o un dedo en la garganta
su concha multicolor hecha pedazos en donde vuelcan los carreros residuos
de una penetración: la de los penes truncos, puntos, juncos, la de los penes juntos
en su hondura -oh perdido acabar
albur derrame el de ella, el de él, el de ellaél o élella
con sus trepidaciones nauseabundas y su increíble gusto por la asquerosidad
su coprofagia
Ella depositaba junto al pubis cofres de oro amarillo, joyas de los piratas
fruto de sus deposiciones y repuestos
y él era su manera de uncirse los zafiros y calzarse los aros en su verga
aquella corva y justa, espamentosa, cuya prestancia enrula las praderas de piel, el infinito poro
oh erupciones de un huracán canalizado, como rayos miméticos o eructos de una empolvada saciedad
Su maquillaje
eran los bultos que en los días de feria exhiben los gitanos
halándolos desde las carpas de las tribus;
su sombra de los párpados
eran esas ojeras tormentosas de las noches de fiesta tropicales y cuando, tras sus fornicaciones simultáneas, sus rítmicos jaleos y sus exhalaciones de almidón y sus pedos, sus dulcísimos pedos
desleída la aurora en la polvera, nada
ni nadie pasa