21.2.13

Crónico (D. A. Powell)


se alzaban sobre el valle, sus aguzados remolinos
los mirlos de alas rojas se reunían
vibrante arco su rápida, su zambullida contra el diáfano, contra el aire acotado

la profesión de ausencia, de ausentarse, un remontarse al cielo
y desaparecer
el momento del vuelo: otra renuncia al movimiento de la tierra

liebre, pato arlequín, mariposa cola de golondrina: creé en este refugio
brillantes pétalos de adelfa
blancos, rojos perímetros donde no debería haber perímetros



                       he aquí otro de mi larga lista de apartes:
¿por qué no habré tenido nunca un reloj que adelantara?
el aparato, que mide los minutos, es nuestra propia imagen
                                   la pérdida constante

e igual la delicada, la volátil condición del amor, el cuerpo traicionero
ese perturbador estado de creación y cómo hemos dañado–
¿no es uno buena lente para mirar a otro?:
                       filtrar el cuerpo, filtrar la mente, filtrar la tierra resistente



y acá con “resistente” me refiero a “que soporta”
            que aguanta la inconstancia del amante, el tratamiento lamentable
el experimento, lo no probado y lo no verdadero, los últimos intentos por ponerse bien

elige tu propia aventura: fallo farmacológico o fallo orgánico
cambio climático catastrófico
o algo parecido a lo que está matando a las abejas: devastación de la colonia

se parece a nosotros más de lo que quisiéramos, este maravilloso retal áspero



¿y por qué necesito decir los sapos, el matorral, las nubes?–
en una primavera de incomprensión, me complací en el ruido de los grillos

e hizo mis delicias el sexo de cada estación, los resbalones en el musgo
la bulliciosa compañía de los músicos, ese librero jovencito y tímido
y las voces anónimas que instaban a vagar
                        a que las recogieran del crepúsculo en la linde del bosque

hasta que las criaturas nocturnas asomaran
                       sus ojos como lamparitas en la vidriera de un negocio
                                   olvidados, que apenas encienden el deseo del hogar

de allí la carga del cuerpo, su campaña resoluta: seguí marchando

y si la guerra no nos saca de la quietud, nada nos va a sacar

sigo teniendo el mismo corazón desconcertado de siempre
                       un poco más golpeado que antes, un poco menos de alegría
 porque percibo la pesada carga de vivir en esta esfera declinante



al aire libre, enumeré mi lista de placeres:
ramillete de lila, olor a pino
gorriones que se bañan en una zanja de desagüe, su canción

los pensamientos lujuriosos de la primavera mientras florecen las violetas amarillas 
                       y los cerezos forman sus primeros capullos completos
las cuerdas tónicas a lo largo de las piernas y brazos de la juventud
                       la juventud que se convierte en madurez, al madurar su carne
y al volverse más blanda, menos inalcanzable, ciruela sonrojada con manchitas


  
todos los días me equivoco –me olvidé de tomar unos remedios
se me entregó un hombre, amablemente, y yo lo rechacé

en una prolongada quietud, vi que la garza que no quería sobresaltar
era evidentemente una bolsita blanca atrapada en las ramas de un árbol del amor
no entendí que el deseo era una fuerza mortífera, hasta que–
                       luz del sol, no me dejes todavía, aún no me harté de vos––
                                   ni que, aunque ya es tarde, no podamos aún reconciliarnos


si yo, el ser insignificante que soy, renuncio a todos los demás, 
cuántos más, en la misma medida, renuncian a este mundo


                       luz, luz: no me abandones
te canto esta canción y voy a cantar otra

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Vibrante, estremecedor, para leer detenidamente, encierra mucho, desbordante en sus elecciones expresivas, que paradógicamente son de una precisión y una contención maravillosas.


M.

5:28 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Perdón por la errata: "paradójicamente".

M.

1:59 p. m.  

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