La emisaria (Denise Levertov)
Ya van dos veces que esta mujer, por la que antes
sentía un desagrado inexplicable,
y ahora he empezado lentamente a odiar,
viene y me dice: “Sí,
tendremos mucho tiempo pronto para hablar”.
Dos veces apoyó con fuerza su fría mano
sobre la mía, y acercó
su pálido semblante, sus mejillas hinchadas,
a mi cara.
Me fui a lavar con agua bien caliente,
me fui a ungir con los óleo más fragantes.
Yo sé bien qué lugar ocupa ella en el mundo; otros saben también;
pero otros no parecen darse cuenta
de que siempre la sigue un viento helado.
Es lo que es: ordinaria, venal, acaso triste.
Quizá no sea consciente de la tarea que cumple:
sin embargo, la muerte la envía por el mundo.
Yo siempre tuve miedo del dolor,
pero no de la muerte.
No le temo a la muerte; sin embargo, no quiero tener tiempo
para sentarme a hablar con la mujer.
La vi condescendiente con aquellos
que no saben su nombre,
y sonreírles, cómplice, a los que sí.
Yo vi su firma, oculta
debajo de piedritas, y marcada
en pedazos de hielo.
No puede tener nada que contarme
de lo que yo me alegre.
Ya me miró dos veces
con ojos que brillaban apagados, un gris como de peltre.
Dos veces me miró, y en su mirada
no había nada que jamás pueda querer.
La muerte es para todos. Yo nunca, de manera voluntaria,
le voy a conceder el derecho de darme la parte que me toca.
Voy a negarme a recibir lo mío
de sus manos grises.
sentía un desagrado inexplicable,
y ahora he empezado lentamente a odiar,
viene y me dice: “Sí,
tendremos mucho tiempo pronto para hablar”.
Dos veces apoyó con fuerza su fría mano
sobre la mía, y acercó
su pálido semblante, sus mejillas hinchadas,
a mi cara.
Me fui a lavar con agua bien caliente,
me fui a ungir con los óleo más fragantes.
Yo sé bien qué lugar ocupa ella en el mundo; otros saben también;
pero otros no parecen darse cuenta
de que siempre la sigue un viento helado.
Es lo que es: ordinaria, venal, acaso triste.
Quizá no sea consciente de la tarea que cumple:
sin embargo, la muerte la envía por el mundo.
Yo siempre tuve miedo del dolor,
pero no de la muerte.
No le temo a la muerte; sin embargo, no quiero tener tiempo
para sentarme a hablar con la mujer.
La vi condescendiente con aquellos
que no saben su nombre,
y sonreírles, cómplice, a los que sí.
Yo vi su firma, oculta
debajo de piedritas, y marcada
en pedazos de hielo.
No puede tener nada que contarme
de lo que yo me alegre.
Ya me miró dos veces
con ojos que brillaban apagados, un gris como de peltre.
Dos veces me miró, y en su mirada
no había nada que jamás pueda querer.
La muerte es para todos. Yo nunca, de manera voluntaria,
le voy a conceder el derecho de darme la parte que me toca.
Voy a negarme a recibir lo mío
de sus manos grises.
2 Comments:
Eso está por verse...
Eso está por verse...
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