25.7.11

La escena del crimen (Weldon Kees)

Debió de haber algún testigo acusador:
mujeres de rabiosa boca y ojos flamígeros
para llenar la casa de gritos inclementes,
pero sólo el silencio respondió a los abusos.

Debió de haber cobertura: algo más
que cortinas abiertas, peldaños serpenteando
hasta el suelo desierto, sábanas en los muebles
y una delgada línea de luz bajo la puerta.

Al bajar la escalera hacia aquel cuarto, un charco
de sangre se coló en su mente, espantoso
guía que lo condujo y se esfumó en el hall.

Debió de haber alguna condena. Pero, adentro,
sólo un viejo, aferrado a la cama y babeando,
susurró en voz muy baja: “¡Asesino!” y murió.