Necrológica (Weldon Kees)
Murió Boris. El loro fatalista
ya no grita advertencias a la Avenida A.
Murió con aguacero la semana pasada.
Se lo extraña muchísimo. Su espíritu era único.
La jaula está vacía. La cadena descolgada,
sus tristes excrementos, las semillas de girasol
y la chapa de lata con su nombre son todo lo que queda.
Su cuerpito irritable yace bajo los yuyos.
Como el mundo de Eliot, se fue con un gemido;
tras días de silencio, inapetente,
veía pasar el tráfico sin prestarle atención,
mientras su mundo se desmoronaba, el corazón hecho una piedra.
No volverá a gritarles: “¡Fugaz llama, consúmete!”,
ni tampoco: “¡Muera la tiranía, muera el odio y la guerra!”,
a feligreses y empresarios atónitos.
Murió Boris. La entrada es una tumba
y una corona negra engalana la puerta.
ya no grita advertencias a la Avenida A.
Murió con aguacero la semana pasada.
Se lo extraña muchísimo. Su espíritu era único.
La jaula está vacía. La cadena descolgada,
sus tristes excrementos, las semillas de girasol
y la chapa de lata con su nombre son todo lo que queda.
Su cuerpito irritable yace bajo los yuyos.
Como el mundo de Eliot, se fue con un gemido;
tras días de silencio, inapetente,
veía pasar el tráfico sin prestarle atención,
mientras su mundo se desmoronaba, el corazón hecho una piedra.
No volverá a gritarles: “¡Fugaz llama, consúmete!”,
ni tampoco: “¡Muera la tiranía, muera el odio y la guerra!”,
a feligreses y empresarios atónitos.
Murió Boris. La entrada es una tumba
y una corona negra engalana la puerta.
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