Uno de César Mermet
REVERENCIA A ORFEO
Hay una raza oblicua de cantores urgidos
por escuchar el coro que su nombre clame
y ver su monumento con segura certeza.
No es la confianza la invisible matrona que los guarda
desde su inquieta cuna; no prescinden, no esperan,
y en vez de fe tienen argucias, comprobada creencia
en mecánica y facticia causación de su hora;
aquella que por gravitación natural del madurado canto
debiera procurarles fruto dulce siempre,
mas jamás tardío, porque anticipadamente goza y sabe
quien cabal segregó su honrada perla,
o talló su diamante en la hora del prolijo desvelo,
y en su Horacio aprendió severa temperancia y orgullosa espera,
que en el inevitable día un trozo de su canto
surgirá oportuno cualquiera fuese la hora, el mes, el siglo,
como tableta babilónica
de cuneiformes huellas prietas como si pájaros fabuladores
en barro caminado hubieran su Gilgamesh invicto
también para la muerte,
puesto que aquí resuena su enmudecido nombre
en cuanto un hombre de pasión y paciencia
cava olvido, para reconocerse en sus ancestros.
Hay cantores que tienen oportuno el rapto
inevitablemente, como otros triste el vino;
y otros que estadísticamente aman al prójimo
en edición puntual, de oral o escrita arenga;
quien más tiene la elocuencia, pronta y pública, de maldecir la falta
de alegría y justicia, que vocación discreta
por conquistar ardua alegría por lo pronto,
y luego generosidad de su alegría
y brazo y reflexión constantes, firmes,
para hacer en relegadas filas anónima justicia
con constructores, no con destructores.
Hay quien histriónica recitación vocea,
eficaces y efímeros entusiasmo y embriaguez procuran,
y excesiva modestia los lleva a trocar prestos
la innominada perduración de sus canciones
por la frágil memoria de su nombre.
Sólo aquel que se crea, puede y quiere creación,
no manifiesto, y sólo aquel que habla consigo
dialoga de verdad, mas quien dialoga, dialogará con muchos todos
poco a poco, ya que hay tanto tiempo para los hombres.
Sólo aquel que ama algo y alguien, aquí, ahora, ama al prójimo
como congregación de únicos, y no como la conjugada cifra magna
que el deshonesto canto invoca y suscita
con efusión abstracta y espectral caridad.
Sólo aquel que se transforma en laboriosa
o en gozosa, doliente, amante alquimia,
es capaz de cambiar -mas no él, sino su gramo escaso
de canción viviente- amor, gozo y dolor,
de aquel tal vez nacido, o quizá venidero semejante.
No prediques, cantor,
no montes publicitaria maquinara de eficaces y litigantes odios,
sé cantor y canta, sé ante todo,
y tu voz fundará invisible orden primero,
y luego el peso inerte de la imperfecta tierra
será de enérgica luz aligerado.
Entre tanto, reverencia a Orfeo, o desafíalo, pero recuérdalo,
haz que los animales hablen humano, solidario verbo,
y que las piedras sientan; mas la roca y la fauna
están no sólo entre los ignominiosos dominantes,
sino también en la servil multitud enajenada
que tu canto escucha y memoriza;
a que tu voz impúdica enardece,
halaga, corrobora, y tal vez obedece, finalmente.
Destilar tu lentísima perla,
engendrar un aro nuevo en tu viva madera, año por año,
añejar tu vino, después de acodo, riego,
cosecha y doloroso lagar,
y secreto oscuro en honda y fresca sombra y serena clausura,
ése es tu asunto.
Llegar a seca caridad no complaciente ni conmiserativa
sino eficaz, y olvidadiza, como de otro,
escuchar al transparente Mozart
una vez cada tanta tentación al júbilo estridente
o a la lamentación furiosa;
eso te pido, no te incito, te ruego.
Y no porque de ti se cuente la ardua hazaña mañana,
sino para que feliz cumplas
con ser aquello que tu índole marcaba,
haciendo don de ti a tu don
y haciendo de tu cantante don
no solamente obra conclusa,
sino creadora de tu ser interminable,
de cuyo escaso gramo de oro cierto,
un verso breve,
misterioso fragmento por mutilado hermoso y recordado,
se salvará de tanto vano diario,
diligente verso puesto al día,
y tanta noticiosa y rugidora oda.
Dios del todo te deje, para que te encuentres,
poeta, hermano, caído, semejante.
Y encarne en sangre real
tu desencarnada y desesperada necesidad de amor,
única verdad de tus apocalípticas
predicaciones de profeta perdido.
Hay una raza oblicua de cantores urgidos
por escuchar el coro que su nombre clame
y ver su monumento con segura certeza.
No es la confianza la invisible matrona que los guarda
desde su inquieta cuna; no prescinden, no esperan,
y en vez de fe tienen argucias, comprobada creencia
en mecánica y facticia causación de su hora;
aquella que por gravitación natural del madurado canto
debiera procurarles fruto dulce siempre,
mas jamás tardío, porque anticipadamente goza y sabe
quien cabal segregó su honrada perla,
o talló su diamante en la hora del prolijo desvelo,
y en su Horacio aprendió severa temperancia y orgullosa espera,
que en el inevitable día un trozo de su canto
surgirá oportuno cualquiera fuese la hora, el mes, el siglo,
como tableta babilónica
de cuneiformes huellas prietas como si pájaros fabuladores
en barro caminado hubieran su Gilgamesh invicto
también para la muerte,
puesto que aquí resuena su enmudecido nombre
en cuanto un hombre de pasión y paciencia
cava olvido, para reconocerse en sus ancestros.
Hay cantores que tienen oportuno el rapto
inevitablemente, como otros triste el vino;
y otros que estadísticamente aman al prójimo
en edición puntual, de oral o escrita arenga;
quien más tiene la elocuencia, pronta y pública, de maldecir la falta
de alegría y justicia, que vocación discreta
por conquistar ardua alegría por lo pronto,
y luego generosidad de su alegría
y brazo y reflexión constantes, firmes,
para hacer en relegadas filas anónima justicia
con constructores, no con destructores.
Hay quien histriónica recitación vocea,
eficaces y efímeros entusiasmo y embriaguez procuran,
y excesiva modestia los lleva a trocar prestos
la innominada perduración de sus canciones
por la frágil memoria de su nombre.
Sólo aquel que se crea, puede y quiere creación,
no manifiesto, y sólo aquel que habla consigo
dialoga de verdad, mas quien dialoga, dialogará con muchos todos
poco a poco, ya que hay tanto tiempo para los hombres.
Sólo aquel que ama algo y alguien, aquí, ahora, ama al prójimo
como congregación de únicos, y no como la conjugada cifra magna
que el deshonesto canto invoca y suscita
con efusión abstracta y espectral caridad.
Sólo aquel que se transforma en laboriosa
o en gozosa, doliente, amante alquimia,
es capaz de cambiar -mas no él, sino su gramo escaso
de canción viviente- amor, gozo y dolor,
de aquel tal vez nacido, o quizá venidero semejante.
No prediques, cantor,
no montes publicitaria maquinara de eficaces y litigantes odios,
sé cantor y canta, sé ante todo,
y tu voz fundará invisible orden primero,
y luego el peso inerte de la imperfecta tierra
será de enérgica luz aligerado.
Entre tanto, reverencia a Orfeo, o desafíalo, pero recuérdalo,
haz que los animales hablen humano, solidario verbo,
y que las piedras sientan; mas la roca y la fauna
están no sólo entre los ignominiosos dominantes,
sino también en la servil multitud enajenada
que tu canto escucha y memoriza;
a que tu voz impúdica enardece,
halaga, corrobora, y tal vez obedece, finalmente.
Destilar tu lentísima perla,
engendrar un aro nuevo en tu viva madera, año por año,
añejar tu vino, después de acodo, riego,
cosecha y doloroso lagar,
y secreto oscuro en honda y fresca sombra y serena clausura,
ése es tu asunto.
Llegar a seca caridad no complaciente ni conmiserativa
sino eficaz, y olvidadiza, como de otro,
escuchar al transparente Mozart
una vez cada tanta tentación al júbilo estridente
o a la lamentación furiosa;
eso te pido, no te incito, te ruego.
Y no porque de ti se cuente la ardua hazaña mañana,
sino para que feliz cumplas
con ser aquello que tu índole marcaba,
haciendo don de ti a tu don
y haciendo de tu cantante don
no solamente obra conclusa,
sino creadora de tu ser interminable,
de cuyo escaso gramo de oro cierto,
un verso breve,
misterioso fragmento por mutilado hermoso y recordado,
se salvará de tanto vano diario,
diligente verso puesto al día,
y tanta noticiosa y rugidora oda.
Dios del todo te deje, para que te encuentres,
poeta, hermano, caído, semejante.
Y encarne en sangre real
tu desencarnada y desesperada necesidad de amor,
única verdad de tus apocalípticas
predicaciones de profeta perdido.
2 Comments:
Independientemente de que este poema tenga cierta hondura, sin embargo resulta insoportable leer tanto verso homérico que recuerdan al peor Ruben Darío.
sí, es un poco denso, pero la verdad que viene bien para contrarrestar estos tiempos de tanto versito fácil. tiempos de exitismo cultural de un metro cuadrado. por eso está bueno que diga "No prediques, cantor,
no montes publicitaria maquinara de eficaces y litigantes odios,
sé cantor y canta..."
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